¡Oh bondad inefable,
que siempre eres vencido por la compasión
dominado por la misericordia,
impulsado por tu amor,
forzado por tu bondad
y obligado por tu dulzura!
Tú no te cansas nunca de suplicarme que vuelva a ti;
tú no te detienes nunca corriendo tras de mí;
tú me llamas y aunque yo me hago el sordo,
tú no te enfadas conmigo.
¡Conmigo, que soy malo, tú eres bueno;
conmigo, que soy culpable, tú eres indulgente;
conmigo que soy pecador, tú expías mis pecados;
conmigo que soy tinieblas, tú eres la luz;
conmigo que estoy muerto, tú eres Vida!
tú no te detienes nunca corriendo tras de mí;
tú me llamas y aunque yo me hago el sordo,
tú no te enfadas conmigo.
¡Conmigo, que soy malo, tú eres bueno;
conmigo, que soy culpable, tú eres indulgente;
conmigo que soy pecador, tú expías mis pecados;
conmigo que soy tinieblas, tú eres la luz;
conmigo que estoy muerto, tú eres Vida!
San Gregorio de Narek (+1010)