La esperanza

La fe, dice Dios, es un gran árbol, un roble arraigado en tierra firme.
Y bajo las alas de ese árbol la Caridad,
mi hija la Caridad,
ampara todos los infortunios del mundo.

Pero mi pequeña esperanza no es nada más que ese pequeño brote
que se anuncia justo al principio de abril.
Y cuando se ve el árbol,
cuando miráis el roble,
esa dura corteza del roble,
esa dura corteza rugosa,
cuando veis tanta fuerza y tanta dureza,
ese pequeño brote ya no parece nada.
Parece salir del árbol, no poder ser nada, no poder existir sin el árbol.
Y, efectivamente, sale del árbol,
de la axila de las ramas y ya no puede existir sin el árbol.

Pero es lo contrario, es de él de donde todo procede.
Sin un brote que apareció una vez, el árbol no existiría.
Sin esos miles de brotes,
que llegan una vez a principios de abril, nada duraría.
Sin ese brote que tiene aspecto de poca cosa,
que no parece nada,
todo eso no sería sino leña muerta.
Y la leña muerta será arrojada al fuego.

Lo que os confunde es que esta corteza ruda os desuella las manos;
y no movéis el tronco del hombro ni una milésima de milímetro, ni con el pie, podéis hacer que se mueva una de esas gruesas ramas,
mientras que el brote no resiste nada bajo el dedo y simplemente con la uña,
el primero que pase hace saltar un brote,
el cual, una vez desarrollado,
os daría una rama más gruesa que el muslo.

Pues es más fácil, dice Dios, destruir que crear;
Y hacer morir que hacer nacer;
Y dar la muerte que dar la vida.

Por otra parte yo os digo, dice Dios, que sin ese brote de abril, sin esos miles, sin ese único brotecito de la esperanza, que evidentemente todo el mundo puede romper, toda mi creación no sería más que leña muerta,
y la leña muerta será arrojada al fuego.

Y toda mi creación no sería más que un inmenso cementerio.


Autor: Charles PÉGUY
Título: El pórtico del misterio de la segunda virtud
Ediciones Encuentro