Conocer al otro con la mirada de Cristo

Cuando yo amo a alguien con el amor virginal con que Dios lo ama, su rostro deja de ser para mí únicamente un conjunto de rasgos y empieza a ser una abertura sobre aquello que desconozco: el misterio del ser personal del otro. 

Entonces la mirada deja de defenderse o de provocar o de intentar seducir para convertirse en el océano interior de una confianza, en la donación de una presencia. 

Conviene recordar la fórmula absolutamente admirable de san Macario el Grande (s. IV): “En el hombre que se santifica, todo el cuerpo se convierte en rostro y todo el rostro se convierte en mirada”. 

En el conocimiento cristiano, es decir, en el conocimiento que Cristo nos da de otra persona, tiene que haber, en un momento dado, lo que yo llamaría una discontinuidad: es el momento de la revelación, en el que Dios interviene para hacerme presentir al otro como un secreto que se abre sin dejar de ser secreto.

Conocer al otro con la mirada de Cristo es un acontecimiento, una gracia, que, al desarticular todo intento de dominio y posesión del otro, hace posible la comunión, capacitándonos para vivir como hermanos, caminando y trabajando juntos por el advenimiento del Reino de Dios.

Olivier Clément