VI Domingo de Pascua


1 de mayo de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables (Hch 15, 1-2. 22-29)
  • Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben (Sal 66)
  • Me enseñó la ciudad santa, que bajaba del cielo  (Ap 21, 10-14. 22-23)
  • El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho (Jn 14, 23-29)
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Ponerse en la presencia de Dios

Para ponernos en la presencia de Dios, nos lo representaremos llenando todo el universo, y los contemplaremos en todos los lugares, como la atmósfera que lo envuelve todo. Así veremos a Dios alrededor nuestro, rodeándonos por todas partes, y existiendo nosotros en Él, como los peces existen en el mar, y los pájaros en el aire.

O bien nos retiraremos al lugar escondido de nuestro interior, para contemplar como la esencia divina llena nuestra alma, viendo con una mirada firme y tranquila, como el Padre y el Hijo producen el Espíritu Santo.

O también podemos mirar a Jesucristo en el Santo Sacramento del altar. Y para honrarlo basta con saber lo que la fe nos enseña: que es Dios hecho hombre, y que esta misma humanidad presente en el sagrario, está sentada a la derecha del Padre Eterno.

Y también podemos humillarnos y reconocernos indignos de hablar con Dios, diciendo con Abraham, nuestro padre en la fe: Que no se enfade mi Señor si me atrevo hablar, yo que soy polvo y ceniza.
Santa Juana Francisca de Chantal

Misericordia y Verdad

Catequesis parroquial nº 132

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 20 de abril de 2016

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V Domingo de Pascua


24 de abril de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos (Hch 14, 21b-27)
  • Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey (Sal 144)
  • Dios enjugará las lágrimas de sus ojos (Ap 21, 1-5a)
  • Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros (Jn 13, 31-33a 34-35)
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La concepción cristiana de la sexualidad


La estructura de la moral cristiana
La moral cristiana, también la moral sexual, se fundamenta siempre en el don recibido de Dios: el indicativo (lo que ha ocurrido, sucedido, el don que habéis recibido) precede y fundamenta al imperativo (lo que hay que hacer, el modo como se debe obrar). “Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios” (Col 3,1-3). “Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros” (Col 3,13). “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo!” (1Co 6,15). “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5,25).
Sin embargo hay que reconocer que todo lo que Dios nos ha revelado en Cristo está, de algún modo, inscrito en nuestro ser más profundo, en nuestra naturaleza humana, tal como Dios la ha creado en su sabiduría. Por ello a todas las respuestas específicamente cristianas sobre los problemas sexuales corresponden motivaciones simplemente humanas, argumentos puramente racionales, que van en la misma dirección, aunque normalmente no pueden llegar tan lejos como la respuesta que nace del conocimiento de lo que Dios ha hecho por nosotros.
Esto significa que la moral (sexual) cristiana sólo podrá ser vivida, en toda su plenitud, por quienes descubran el “indicativo”, es decir, por quienes se hayan encontrado con Cristo y hayan descubierto en Él las maravillas que Dios ha hecho en favor nuestro. Pero significa también que podrá haber hombres que, incluso sin conocer de modo explícito a Cristo, siguiendo las exigencias profundas de su propio corazón, podrán vivir su sexualidad casi como si fueran cristianos.

El cristianismo es una religión del cuerpo; por eso su moral sexual es tan exigente
El cristianismo es la religión que tiene la consideración más positiva del cuerpo que haya jamás existido. Pues afirma que Dios posee un cuerpo humano, en la persona de Jesús, Hijo de Dios encarnado. Afirma también que la salvación del hombre se ha realizado a través de ese cuerpo de Jesús que fue ofrecido en la cruz y resucitado gloriosamente por Dios y sentado a la derecha del Padre en el cielo. Cree que ese cuerpo de Cristo, crucificado y resucitado, se nos da en la Eucaristía y que con él recibimos al Espíritu Santo y experimentamos un anticipo de la gloria futura. Cree que, por el bautismo, las tres divinas personas habitan en nuestro cuerpo y que, por ello, nuestro cuerpo de carne es un templo en el que habita Dios. Y cree, finalmente, que nuestro cuerpo de carne no está destinado a la muerte sino a la resurrección y a la glorificación final, a imagen del cuerpo de Cristo resucitado.
Todo esto ya permite comprender que el cristianismo va a esperar y a pedir mucho del cuerpo humano, precisamente porque le concede a él una dignidad que nadie más le otorga. Si el cuerpo humano no tuviera ningún valor, si fuera sólo un instrumento provisional y transitorio –como piensan los que creen en la reencarnación- se podría hacer con él lo que fuera, podría ser tratado de cualquier manera sin mayores consecuencias espirituales. Pero si el cuerpo está llamado a “participar de la naturaleza divina” entonces las exigencias con respecto a él serán fuertes.
 

IV Domingo de Pascua


17 de abril de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Sabed que nos dedicamos a los gentiles (Hch 13, 14. 43-52)
  • Somos su pueblo y ovejas de su rebaño (Sal 99)
  • El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas (Ap 7, 9. 14b-17)
  • Yo doy la vida eterna a mis ovejas (Jn 10, 27-30)
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Para pedir la conversión

Dios y Señor de todas las cosas,
que tienes poder sobre toda vida y sobre toda alma,
tú solo puedes curarme:
escucha la plegaria de este pobre pecador.

Haz morir y desaparecer,
por la presencia de tu santo Espíritu,
la serpiente que anida en mi corazón.

Concede la humildad a mi corazón
y pensamientos convenientes a este pecador
que ha decidido convertirse.

No abandones para siempre a un alma
que quiere someterse a ti,
que ha confesado su fe en ti,
que te ha elegido y honrado
prefiriéndote al mundo entero.

Sálvame, Señor,
a pesar de mis malas costumbres
que dificultan mi deseo de ser tuyo;
porque para ti, Señor, todo es posible,
incluso lo que es imposible para los hombres.

San Simeón el Nuevo Teólogo
(949-1022)


III Domingo de Pascua


10 de abril de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo (Hch 5, 27b-32. 40b-41)
  • Te ensalzaré, Señor, porque me has librado (Sal 29)
  • Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza (Ap 5, 11-14)
  • Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado (Jn 21, 1-19)
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El sermón sobre la caída de Roma

Durante tres días, los visigodos de Alarico han saqueado la ciudad y arrastrado sus largas capas azules sobre la sangre de las vírgenes. Al enterarse de ello san Agustín, apenas se emociona. Desde hace años lucha contra el furor de los donatistas, y ahora que ya han sido vencidos consagra todos sus esfuerzos a devolverlos al seno de la Iglesia católica. Predica las virtudes del perdón a fieles a los que aún anima el espíritu de venganza. No se interesa por las piedras que se desmoronan (…) que el mundo caiga en las tinieblas, si el corazón de los hombres se abre a la luz de Dios. Cada día, sin embargo, los refugiados llevan a África el veneno de su desesperanza. Los paganos acusan a Dios de no haber protegido una ciudad que se había vuelto cristiana. Desde su monasterio de Belén, Jerónimo hace retumbar el impudor de sus lamentos por toda la cristiandad, gime sin reservas por la suerte de Roma entregada a las llamas y a los asaltos de los bárbaros y olvida, en su pena blasfema, que los cristianos no pertenecen al mundo sino a la eternidad de las cosas eternas. En las iglesias de Hipona, los fieles comparten sus tribulaciones y sus dudas y se vuelven hacia su obispo para descubrir de su boca a qué negro pecado deben tan terrible castigo. El pastor no debe reprochar a sus corderos sus estériles temores. Sólo debe clamarlos. Y para calmarlos, en diciembre de 410, san Agustín avanzó hacia ellos por la nave de la catedral y se situó en el ambón. Una multitud inmensa ha acudido a escucharlo y aguarda, apretujada contra las cancelas a la suave luz del invierno, que se eleve la voz que la arrancará de su pena.

Escuchad, amados míos,
nosotros, los cristianos, creemos en la eternidad de las cosas eternas a las que pertenecemos. Dios solo nos ha prometido la muerte y la resurrección. Los cimientos de nuestras ciudades no se hunden en la tierra sino en el corazón del Apóstol que el Señor eligió para edificar su Iglesia, pues Dios no nos erige ciudadelas de piedra, de carne y de mármol, Él erige fuera del mundo la ciudadela del Espíritu Santo, una ciudadela de amor que jamás caerá y se alzará aún en su gloria cuando el siglo haya quedado reducido a cenizas. Roma ha sido tomada y vuestros corazones se sienten escandalizados. A vosotros, amados míos, os pregunto, sin embargo, ¿no constituye acaso el verdadero escándalo desesperar de Dios, que os ha prometido la salvación de Su gracia? ¿Lloras porque Roma ha sido pasto de las llamas? ¿Ha prometido Dios que el mundo sería inmortal? Han caído las murallas de Cartago, el fuego de Baal se ha extinguido y los guerreros de Massinissa que hicieron caer los baluartes de Cirta han desaparecido a su vez, como se escurre la arena. Lo sabías, pero creías que Roma no caería. ¿No fue Roma construida por hombres como tú? ¿Desde cuándo crees que los hombres tienen el poder de edificar cosas eternas? El hombre construye sobre la arena. Si quieres abrazar lo que ha construido, no abrazas más que el viento. Tus manos están vacías y tu corazón afligido. Y si amas el mundo, perecerás con él.

II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia


3 de abril de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Crecía al número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor (Hch 5, 12-16)
  • Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 117)
  • Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19)
  • A los ocho días, llegó Jesús (Jn 20, 19-31)
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