Verdad y Amor

La doctrina es la verdad y el pilar fundamental de la vida de la Iglesia para los cristianos. De esta forma nuestro Señor Jesucristo es denominado en el Evangelio “maestro”, esto es “profesor” (magister; didaskalos). Maestro significa enseñar, en este caso una doctrina. Nuestro Señor dijo: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado” (Jn 7, 16). Y sobre el Espíritu Santo manifestó: “Este os lo enseñará todo y os traerá a la memoria lo que yo os he dicho” (Jn 14, 26). “No hablará por cuenta propia” (Jn 16, 13). El fundamento de toda nuestra vida es la verdad, el Logos, la Palabra que se hizo carne. La Palabra (Logos) es la otra denominación de la segunda persona de la Santísima Trinidad. La segunda persona de la Santísima Trinidad propiamente se llama “Hijo”, Hijo del Padre, Hijo del Dios viviente. La Sagrada Escritura no dijo, por ejemplo, que el “acto”, la “acción” se hiciera carne, sino que la “PALABRA” (la Verdad) se hizo carne. Al célebre poeta alemán Goethe, un reconocido masón, no le gustaba en absoluto la expresión “en el principio era la PALABRA”, del prólogo del Evangelio de san Juan; prefería decir “en el principio era la acción”.

Podríamos preguntarnos nosotros: ¿Por qué la Sagrada Escritura no dice el Amor se convirtió en carne, sino que la Palabra se hizo carne? ¿Por qué no dice, el sentimiento se hizo carne o la misericordia se hizo carne?, sino que insiste en que la Palabra, el Logos, se hizo carne; precisamente por eso, porque la Verdad se hizo carne. Y de esta manera la Verdad, y con ella la Fe, es el pilar, la roca, de todo el edificio de la vida cristiana en el que Dios va a fundamentar la obra de la salvación de los hombres.

El amor es el nombre propio del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, porque es el Amor que procede del Padre y del Hijo (amor procedens), Él es el amor subsistente (amor subsistens) como diría Santo Tomás de Aquino. Dentro de las divinas misiones visibles, el Amor, el Espíritu Santo, se abre paso desde Jesús. El Señor “sopló sobre ellos y les dijo recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). El Espíritu Santo, que es amor, es siempre el Espíritu de la Verdad como dijo Jesús: “Cuando venga el Paráclito, que enviaré desde el Padre, el espíritu de la Verdad” (Jn 15, 26). Comprobamos así que el amor viene de la verdad, ya que el Hijo y la Palabra de Dios no proceden del Espíritu Santo, sino al contrario. El Espíritu Santo, que es el Amor subsistente en la Santísima Trinidad, y al mismo tiempo el amor de Dios que ha sido derramado en los corazones de sus fieles (Rm 5, 5), continúa el Magisterio de la verdad de la Palabra encarnada (Jn 14, 26; 16, 13).

La crisis de la Iglesia en nuestros días obedece a una negligencia de la verdad y específicamente a una inversión en el orden en que se afirman la verdad y el amor. Hoy en día se propaga en la Iglesia un nuevo principio pastoral que afirma: el amor y la misericordia son los criterios más altos y la verdad se debe subordinar a ellos. De acuerdo con esta nueva teoría, si surge un conflicto entre el amor y la verdad, la verdad debe ser sacrificada. Esta es la inversión y la perversión en el sentido literal del término.

El orden apropiado para la verdad y el amor, como se refleja en la Santísima Trinidad, en la que el Amor emana de la Verdad, es la ley básica de la Iglesia y de la Cristiandad y debe guiar todos sus esfuerzos pastorales.




Autor: Monseñor Athanasius SCHNEIDER
Título: Christus vincit. El triunfo de Cristo sobre a oscuridad de la época
Ediciones Parresía, Angelico Press, Nueva York, 2020, (pp. 190-192)