II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

15 de agosto 

 



 27 de abril de 2025

 (Ciclo C - Año impar)




  • Crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor (Hch 5, 12-16)
  • Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 117)
  • Estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19)
  • A los ocho días llegó Jesús (Jn 20, 19-31)
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El Señor se hace presente en medio de sus discípulos, que están “con las puertas cerradas” porque tienen miedo, y les saluda dándoles la paz; al mismo tiempo les muestra las llagas de las manos y del costado. Al mostrarles sus llagas, les está diciendo que él es el mismo de antes, el que sufrió y murió en la cruz, que no es otro. Al darles la paz, les indica que esas llagas no son incompatibles con la paz, que él tiene la paz y da la paz, porque ha aceptado el plan del Padre sobre él, el designio de amor para con los hombres que comportaba el que él fuera la víctima, el cordero “sin defecto ni mancha” preparado desde “antes de la fundación del mundo”. Al unir la donación de la paz con la mostración de las llagas el Señor nos está diciendo que la paz nace del abandono filial al Padre, de rezar de verdad el Padre Nuestro, de decir de verdad “hágase tu voluntad”, aunque esa voluntad comporte el sufrimiento.

Dice el evangelio que después el Señor “sopló sobre ellos”: Cristo resucitado repite el gesto de la creación del hombre (Gn 2,7). Con ello nos indica que está realizando la “nueva creación”, en la que los hombres nuevos van a vivir la misma vida del Resucitado, van a participar del mismo “aliento”, del mismo “soplo vital”, que anima la existencia del Resucitado. Ese aliento, ese soplo vital, es el Espíritu Santo, y la vida que él nos infunde es la vida misma de Dios, la vida que ha vencido a la muerte.

El todo y el fragmento

“Pasan cosas por razones que se nos escapan, que se nos ocultan completamente en tanto creemos que deben de seguirse de lo que ha pasado antes, de nuestras culpas o nuestros merecimientos, en lugar de venir a nosotros de un futuro que Dios en su libertad nos ofrece (…) Así que forma parte de la providencia de Dios, tal como yo la entiendo, el que la bendición o la felicidad tengan sentidos muy distintos según se den en un momento u otro. No quiero decir que la alegría sea una compensación por la pérdida, sino que cada una de ellas, alegría y pérdida, existe por sí misma y debe ser reconocida como tal, por separado. La pena es muy real, y la pérdida la sentimos como algo definitivo. La vida en la tierra es difícil, ardua y maravillosa. Nuestra experiencia es fragmentaria. Sus partes no se suman. Ni siquiera pertenecen al mismo cálculo. A veces resulta difícil creer que sean partes de un único todo” .

El racionalista que hay en cada uno de nosotros quiere ver la propia vida como una sucesión de acontecimientos entrelazados entre sí por una causalidad que los explica todos exhaustivamente. Y sin embargo no es así, porque, como afirma el Eclesiastés (3, 1-8), existen diferentes tiempos y el paso de uno a otro –del tiempo de amar al tiempo de odiar, por ejemplo- no se debe a una causalidad subterránea que los entrelaza a todos, sino a la gracia de Dios que es quien cualifica cada tiempo según su voluntad.

Nuestra experiencia es siempre nuestra, pero es siempre fragmentaria porque depende, en su calidad espiritual, no solo de nuestra libertad, sino también y sobre todo de la libertad de Otro, de la libertad de Dios. Y por eso cualquier pretensión de “captar” nuestra vida como el despliegue de una intencionalidad intrínseca a ella es siempre ilusoria y pretenciosa: “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”.

Hegel no; Cristo y su gracia, sí.




Autor: Marilynne ROBINSON
Título: Lila
Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015, p. 254.






Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

15 de agosto 




 20 de abril de 2025

 (Ciclo C - Año impar)




  • Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos (Hch 10, 34a. 37-43)
  • Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo ( Sal 117)
  • Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo (Col 3, 1-4)
  • Él había de resucitar de entre los muertos (Jn 20, 1-9)
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El evangelio de hoy pone de relieve el papel de las mujeres que seguían y amaban a Jesús, en la constitución de la fe pascual, es decir, de la fe en la resurrección de Jesucristo. A lo largo de la vida terrena de Jesús, los evangelios nos hablan de algunas mujeres que le seguían y le servían con sus bienes (Lc 8, 3). A diferencia de los apóstoles, estas mujeres no fueron llamadas explícitamente por Jesús a su seguimiento, sino que son mujeres que, al encontrarse con él, entendieron inmediatamente que él era Aquel que su corazón esperaba desde siempre, Aquel en quien y por quien Dios iba a realizar su obra de salvación, en primer lugar en su propia vida; de alguna de ellas -de María Magdalena- el Señor había expulsado siete demonios (Lc 8, 2). Ellas habían comprendido también, de manera intuitiva, que “el asunto de Jesús” era Jesús mismo, era su Persona. Y por eso ellas cuidaban de Él, cuidaban de su Persona. Jamás ellas habrían planteado la cuestión que un día planteó Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido: ¿qué recibiremos, pues?” (Mt 19, 27). Esa cuestión es una cuestión propia de quien entiende que Jesús lleva entre manos un “asunto” -el Reino del que tanto habla- y quiere considerar la rentabilidad de implicarse en ese negocio. Sin embargo ellas tenían clarísimo que la recompensa era “estar con Él”: antes de que Pablo lo escribiera, ellas ya sabían que “estar con Cristo es, con mucho, lo mejor” (Flp 1, 23), y su corazón ya estaba colmado por la presencia del Señor.

Frases...

“La infancia transcurre entre sonidos, olores e imágenes, antes de llegar la edad oscura de la razón”


John Betjeman

Viernes Santo

15 de agosto 




 18 de abril de 2025

 (Ciclo C - Año impar)




  • Él fue traspasado por nuestras rebeliones (Is 52, 13 - 53, 12)
  • Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu (Sal 30)
  • Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación (Heb 4, 14-16; 5, 7-9)
  • Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Jn 18, 1 - 19, 42)
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La vida de Jesús, queridos hermanos, fue como la nuestra, como es toda vida humana. En ella el peso de las circunstancias, de las “casualidades”, fue enorme y determinó gran parte de su desarrollo. Pero lo típico de Jesús fue que él supo discernir, a través de todo ello, una llamada del Padre del cielo, una misión que el Padre le encomendaba, y que supo entregarse a ella de todo corazón. Por eso el Señor no vivió sus circunstancias como fatalidad sino como vocación, como llamada, como misión.

De ahí procede el señorío que Jesús muestra en su pasión: “Sabiendo todo lo que venía sobre él”, dice el evangelista para explicar su comportamiento. En efecto, hay multitud de detalles que indican que aquel hombre que estaba siendo víctima de un complot humano contra él, vivía toda esta situación con una serenidad, con un dominio, impensables en alguien que sólo fuera víctima. Así Jesús sale al paso de quienes van a detenerle y los impresiona con su contundente respuesta –“Yo soy”- (que evoca el nombre mismo de Dios revelado a Moisés en la zarza ardiente), defiende a los suyos (“si me buscáis a mí dejad marchar a éstos”), reprende a Pedro por usar la espada porque “el cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”-, le habla de igual a igual a Pilato instruyéndole sobre el origen divino del poder que ostenta (recordándole, por lo tanto, que tendrá que dar cuentas del uso que haga de él).

Jueves Santo

15 de agosto 



 

  17 de abril de 2025

  (Ciclo C - Año impar)




  • Prescripciones sobre la cena pascual (Ex 12, 1-8. 11-14)
  • El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo (Sal 115)
  • Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor (1 Cor 11, 23-26)
  • Los amó hasta el extremo (Jn 13, 1-15)
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La Iglesia celebra hoy los tres dones que el Señor nos entregó en la última cena: el don de la Eucaristía, el don del sacerdocio y el don del mandamiento nuevo que el Señor ejemplificó en el lavatorio de los pies y que formuló, un poco más adelante, diciendo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” (Jn 13,34).

Cada domingo venimos a la iglesia para celebrar la eucaristía, para contemplar el espectáculo más impresionante de toda la historia humana: el Inocente que se entrega por los culpables, ofreciendo su vida en expiación y rescate por los pecados de todos los hombres, Él, el único que no ha cometido pecado, entregándose por la salvación de todos. La eucaristía, queridos hermanos, es el Calvario. Y todos los domingos vamos al calvario a contemplar lo que ocurrió allí, para recordar cuál es la dignidad y el valor de cada hombre. Porque al ver el pan separado del vino, es decir, el cuerpo separado de la sangre, Cristo muerto, espontáneamente le preguntamos a Dios con el salmista: “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal 8, 5), ¿tanto valemos para que Dios entregue a la muerte a su único Hijo para que nosotros podamos llegar a ser hijos suyos? Y la sorprendente respuesta es que sí, que valemos la sangre del Hijo de Dios, su propia vida.

Castidad total y alegría

La castidad que el Señor nos pide a todos los cristianos consiste en un amor de adoración por el cual ponemos a Dios en el centro de nuestra vida y ocupa Él el primer lugar en ella. Pero a algunos, a los llamados a una entrega especial a Él, en la vida religiosa o en cualquier otra forma de consagración total a Dios, el Señor no les pide solo ser el primero en su vida sino serlo todo: se trata de un amor nupcial por el que se les pide que todas sus capacidades de adhesión y de afecto estén centradas en Dios.

Esta castidad total por Dios no debe ser entendida ante todo como una carencia, como una privación de cónyuge, de hijos, de placer, como un puro sacrificio. El aspecto de sacrificio existe, pero es secundario. Lo primario es la unión amorosa a Dios: un amor pleno que quiere abarcar todas las dimensiones del ser, con una intimidad y una fidelidad destinadas a expandirse hasta la eternidad. La persona así consagrada a Dios en la castidad, conoce la alegría de la que habla san Juan Bautista (Jn 3, 29), una alegría perfecta que se apodera de todo el ser del hombre y lo hace exultar en Dios, y cuyo origen es el Espíritu Santo.

Domingo de Ramos

15 de agosto

 


  13 de abril de 2025

  (Ciclo C - Año impar)





Procesión:


Según san Lucas, fueron los discípulos quienes aclamaron a Jesús como rey. Ellos habían recorrido con Él los caminos de Galilea y de Judea y habían visto todos los milagros que Jesús había hecho, las “obras de poder” con las que Él manifestaba que Dios estaba, en Él y por Él, bendiciendo a su pueblo, cuidando de sus hijos, estableciendo su reino en medio de ellos. Y ahora lo aclamaban como rey “en nombre del Señor”, es decir, como el Mesías, el último y definitivo rey que Dios enviaba a su pueblo antes de instaurar por completo su reino.

Nosotros somos también sus discípulos, caminamos con Él, detrás de Él, siguiéndolo. Y experimentamos que, cuanto más unidos estamos a Él, cuanto más y mejor guardamos sus palabras y las ponemos en práctica, más alegría y esperanza hay en nuestro corazón, más crece en nosotros la capacidad de perdonar y de pedir perdón; experimentamos que Él nos va haciendo más sencillos, más dulces, más comprensivos, más fraternales. Y concluimos, con toda razón, que por Él y en Él, el Reino de Dios se va abriendo camino en nuestra vida.

Y eso es lo que vamos a proclamar ahora con el gesto sencillo de la procesión: presididos por la Cruz, que le representa a Él, iremos portando ramos de olivo, acompañándole, caminando detrás de Él, presididos por Él, y diciendo de este modo que Jesucristo es nuestro líder, nuestro rey, el que va a la cabeza de todos nosotros, que somos y queremos ser, cada vez más, su cuerpo, el lugar de su presencia personal en medio de los hombres. Queremos que los hombres nos vean y digan “son los suyos”, los de Jesús el Nazareno. Porque ese es nuestro orgullo, nuestro timbre de gloria.

 Misa:
  • No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado (Is 50, 4-7)
  • Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Sal 21)
  • Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo (Flp 2, 6-11)
  • Pasión de nuestro Señor Jesucristo (Lc 22, 14 - 23, 56)
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Cuando estamos enfermos o cuando tenemos un sufrimiento muy fuerte, los hombres solemos replegarnos sobre nosotros mismos y, como se suele decir, “no estamos para nada ni para nadie”: tenemos bastante con atender a nuestro dolor. En esos momentos los demás nos parecen unos seres más o menos lejanos a los que nos cuesta mucho escuchar y atender en su situación personal.

Lo que llama la atención en el relato de la pasión según san Lucas, que acabamos de escuchar, es que el Señor vivió el inmenso dolor -físico y espiritual- de su pasión, estando por completo pendiente de los demás, acogiendo a cada persona o grupo de personas en su situación singular y teniendo para cada uno de ellos una palabra especial que les ayudara a alcanzar la salvación. Es como si el Señor se hubiera olvidado por completo del propio dolor y estuviera tan solo pendiente de cada hombre.

Frases...

Nosotros y los santos

El sacerdote había afirmado que todo lo que hacíamos lo había hecho ya algún santo antes de nosotros.


Graham Green

V Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

 

6 de abril de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Mirad que realizo algo nuevo; daré de beber a mi pueblo (Is 43, 16-21)
  • El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
  • Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte (Flp 3, 8-14)
  • El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8, 1-11)
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Al escuchar este santo evangelio podemos tener la impresión de que la ley de Moisés era excesivamente dura y exagerada al dictaminar que “si alguno comete adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera deben ser castigados con la muerte” (Lev 20,10). Sin embargo la ley de Moisés es la ley que Dios dio a Moisés, es decir, es la ley de Dios y lo que ella hace es expresar la verdad de las cosas. Y la verdad de las cosas es que el pecado es como un suicido del ser, porque el ser del hombre consiste en ser una mera relación a Dios y quien peca rompe esa relación que le constituye y, por lo tanto, se está suicidando, está negando el fundamento, el origen y la finalidad de su ser, y en consecuencia, se está autodestruyendo. Y esto es lo que san Pablo, con toda razón, afirma cuando dice que “el salario del pecado es la muerte” (Rm 6, 23).

Sin embargo, Dios, que es sólo amor y misericordia, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva (Ez 18, 23) y por ello no aplica inmediatamente la justicia porque, si así lo hiciera, tendría que haber destruido a la humanidad entera desde hace mucho tiempo (como ya lo puso de relieve el relato de Noé y el diluvio universal). Por eso Dios da tiempo al pecador para que se arrepienta y pueda recibir el perdón de Dios, su gracia, y la vida que Dios otorga con ella.

El cristianismo y la historia humana

Péguy llega a ver precisamente en el espiritualismo de los clérigos y en la negación de la historicidad del cristianismo el ‘error místico’ capital que está en la raíz de la tragedia del secularismo moderno. Pocas páginas son tan virulentas como las que Péguy dedica en este Diálogo de la historia y el alma carnal al “clericalismo de los clérigos”: al rechazar la llamada a dejarse herir por el mundo y a implicarse con el drama del siglo los ‘clérigos clericales’ –como Péguy se expresa en Verónica- han renegado de la ‘operación mística’ de la Encarnación, la operación que se encuentra en el corazón mismo del cristianismo:

Jesús no había venido para dominar el mundo. Había venido para salvar el mundo. Es un objetivo completamente distinto, una operación completamente distinta. Y no había venido para separarse, para retirarse, del mundo. Había venido para salvar el mundo. Es un método completamente distinto. Comprenda usted (amigo mío), si él hubiera querido retirarse, estar retirado del mundo, hubiera bastado con no venir al mundo. Era así de simple. Nunca lo hubiera tenido tan fácil. […] Pero él, por el contrario, fue al mundo, fue al siglo para salvar al mundo.