Péguy llega a ver precisamente en el espiritualismo de los clérigos y en la negación de la historicidad del cristianismo el ‘error místico’ capital que está en la raíz de la tragedia del secularismo moderno. Pocas páginas son tan virulentas como las que Péguy dedica en este Diálogo de la historia y el alma carnal al “clericalismo de los clérigos”: al rechazar la llamada a dejarse herir por el mundo y a implicarse con el drama del siglo los ‘clérigos clericales’ –como Péguy se expresa en Verónica- han renegado de la ‘operación mística’ de la Encarnación, la operación que se encuentra en el corazón mismo del cristianismo:
Jesús no había venido para dominar el mundo. Había venido para salvar el mundo. Es un objetivo completamente distinto, una operación completamente distinta. Y no había venido para separarse, para retirarse, del mundo. Había venido para salvar el mundo. Es un método completamente distinto. Comprenda usted (amigo mío), si él hubiera querido retirarse, estar retirado del mundo, hubiera bastado con no venir al mundo. Era así de simple. Nunca lo hubiera tenido tan fácil. […] Pero él, por el contrario, fue al mundo, fue al siglo para salvar al mundo.