27 de abril de 2025
(Ciclo C - Año impar)
- Crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor (Hch 5, 12-16)
- Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Sal 117)
- Estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos (Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19)
- A los ocho días llegó Jesús (Jn 20, 19-31)
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El Señor se hace presente en medio de sus discípulos, que están “con las puertas cerradas” porque tienen miedo, y les saluda dándoles la paz; al mismo tiempo les muestra las llagas de las manos y del costado. Al mostrarles sus llagas, les está diciendo que él es el mismo de antes, el que sufrió y murió en la cruz, que no es otro. Al darles la paz, les indica que esas llagas no son incompatibles con la paz, que él tiene la paz y da la paz, porque ha aceptado el plan del Padre sobre él, el designio de amor para con los hombres que comportaba el que él fuera la víctima, el cordero “sin defecto ni mancha” preparado desde “antes de la fundación del mundo”. Al unir la donación de la paz con la mostración de las llagas el Señor nos está diciendo que la paz nace del abandono filial al Padre, de rezar de verdad el Padre Nuestro, de decir de verdad “hágase tu voluntad”, aunque esa voluntad comporte el sufrimiento.
Dice el evangelio que después el Señor “sopló sobre ellos”: Cristo resucitado repite el gesto de la creación del hombre (Gn 2,7). Con ello nos indica que está realizando la “nueva creación”, en la que los hombres nuevos van a vivir la misma vida del Resucitado, van a participar del mismo “aliento”, del mismo “soplo vital”, que anima la existencia del Resucitado. Ese aliento, ese soplo vital, es el Espíritu Santo, y la vida que él nos infunde es la vida misma de Dios, la vida que ha vencido a la muerte.