IV Domingo de Cuaresma

15 de agosto 

 

30 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • El pueblo de Dios, tras entrar en la tierra prometida, celebra la Pascua (Jos 5, 9a. 10-12)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo (2 Cor 5, 17-21)
  • Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido (Lc 15, 1-3. 11-32)
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La liturgia de este cuarto domingo de cuaresma nos habla de la necesidad de reconciliación que todos tenemos, que el mundo y la humanidad tienen, y de las condiciones para que esa reconciliación sea posible. El evangelio de hoy nos presenta el plan del Padre, el deseo de Dios: que todos vivamos juntos, con Él, en su casa, compartiéndolo todo: “hijo mío, todo lo mío es tuyo”, le dice el padre de la parábola a su hijo mayor. Pero ese designio divino se ve contestado por los dos hijos: el pequeño quiere vivir su vida lejos del padre, mientras que el mayor quiere comerse un cabrito “con sus amigos”, es decir, sin el padre cuya presencia, al parecer, le estropearía la fiesta. A los dos les estorba la presencia del padre y quieren vivir sin él; el pequeño se marcha físicamente de la casa del padre (¡cuántos se han ido en estos años de la Iglesia en España!), y el mayor no se marcha físicamente pero su corazón está lejos del corazón del padre, está tan lejos que, cuando regresa su hermano, no lo quiere reconocer como hermano (“ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres”), ni quiere compartir la alegría del padre. Lo cual nos muestra que no basta con “estar en la Iglesia” para estar con Dios.

Nosotros que, por la gracia de Dios, no nos hemos ido de la Iglesia, podemos parecernos a este hermano mayor de la parábola: su tentación puede ser la nuestra. Por eso san Pablo nos dice: “os pedimos que os reconciliéis con Dios”. Reconciliarse con Dios es difícil, porque Dios ama a todos, y nosotros sabemos que, si nos reconciliamos con Dios, tendremos que amar a todos; y eso no nos hace gracia: preferimos un mundo de buenos y malos, para poder señalar con el dedo a los malos y condenarlos.

Santo Tomás Moro

Señor,
concédeme una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo y el sentido común necesario
para conservarla lo mejor posible.
Concédeme, Señor, un alma santa,
que no pierda nunca de vista lo que es bueno y puro,
que no se asuste a la vista del pecado,
sino que encuentre el modo de volver a poner todo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
que no sea quejica ni ande siempre entre lamentaciones y suspiros.
No permitas que me preocupe demasiado de mí mismo,
ni que me conceda demasiada importancia.
Dios mío, concédeme el sentido del humor,
la gracia de comprender las bromas,
para que saboree un poco de felicidad en la vida
y sepa transmitirla a los demás.


Santo Tomás Moro

III Domingo de Cuaresma

15 de agosto 




21 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • “Yo soy” me envía a vosotros (Ex 3, 1-8a. 13-15)
  • El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102)
  • La vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro (1 Cor 10, 1-6. 10-12)
  • Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera (Lc 13, 1-9)
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El evangelio de hoy nos habla el lenguaje de los periódicos y de los telediarios: la actualidad siempre trae noticias de accidentes y desgracias; también de crímenes. A Jesús le relatan uno de esos crímenes y él por su cuenta añade el relato de un accidente laboral en el que murieron dieciocho obreros.

Siempre que ocurren cosas de este tipo nosotros tendemos a preguntarnos el por qué y nos gustaría poder responder en términos estrictos de causa-efecto. Sin embargo Jesús no se interesa por el por qué, sino por el significado que esos acontecimientos tienen. Jesús no busca una explicación racional del tipo causa-efecto, sino que hace una lectura espiritual de esos acontecimientos convirtiéndolos en un signo de la llamada de Dios.

¿Quién soy yo?

¿Quién soy yo?
Ellos me ven salir de mi celda
con la tranquilidad serena y fuerte
de un maestro que sale de su casa.
¿Quién soy yo?
Ellos me ven hablar a mis guardianes
con la libertad cordial y clara
de un jefe que les manda.
¿Quién soy yo?
Ellos me ven incluso llevar los días de desgracia
con la impasibilidad sonriente y orgullosa
de un vencedor habituado a vencer.

¿Y yo, qué es lo que yo veo?
Tan solo debilidad miserable triste…
¿Quién soy yo, pues?
¿La imagen que ellos me ofrecen?
¿O la que me ofrece el espejo de mi único saber?
¿Impaciente, angustiado, enfermo, como un pájaro enjaulado,
intentando respirar como alguien a quien están estrangulando,
invocando colores, flores, cantos de pájaros,
sediento de una palabra o de una presencia por fin humanas,
esperando ansiosamente algún prodigio,
temblando de impotencia
por aquellos de los que una distancia infinita me separa,
cansado y vacío sin poder rezar, ni pensar, ni actuar,
y dispuesto a abandonarlo todo en un vértigo de cansancio?
¿Quién soy yo?
¿Cuál de estas dos máscaras de mí mismo?
¿Hoy una y mañana otra?
¿O las dos en el mismo instante?
¿Mentira para los demás,
y para mí este espejo de debilidad dolorosa y vil?
¿O semejante más bien al ejército que ha luchado
y retrocede en desorden cuando la victoria ya ha llegado?
¿Quién soy yo?
¡Escarnio de un monólogo amargo!
¡Qué importa, oh Dios, puesto que tú sabes que yo soy tuyo!




Dietrich Bonhoeffer
(verano 1944, en la cárcel)

San José

15 de agosto

 


19 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • El Señor Dios le dará el trono de David, su padre (Lc 1, 32) (2 Sam 7, 4-5a. 12-14a. 16)
  • Su linaje será perpetuo (Sal 88)
  • Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza (Rom 4, 13. 16-18. 22)
  • José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor (Mt 1, 16. 18-21. 24a)
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No sería correcto interpretar que la Virgen y san José se “despistaron” en relación a su hijo Jesús a la hora de regresar desde Jerusalén a Nazaret. Y esto por dos razones. En primer lugar porque el niño Jesús acababa de cumplir 12 años, como el evangelio se preocupa de subrayar. Doce años era y es la edad en la que un niño judío empieza a ser considerado “adulto”: se le declara “hijo de la Ley”, que a partir de ahora tiene la obligación de estudiar, y adquiere también el deber de defender a su pueblo Israel. A partir de los doce años se produce una inflexión en el trato que los padres dispensan a su hijo: un control agobiante ya no sería pertinente, una cierta libertad y capacidad de iniciativa propia resultan ya necesarias. En segundo lugar, en las caravanas de la época los varones y las mujeres caminaban en grupos distintos y diferenciados, mientras que los niños podían elegir libremente entre caminar en uno u otro grupo. Con toda probabilidad María pensaría que Jesús iba con José y José que iba con María. Al reunirse al anochecer para acampar es cuando se percataron de su error.

Durante tres días estuvieron buscándolo. María y José nos dan ejemplo de lo que hay que hacer cuando se pierde a Cristo: buscarlo sin parar hasta encontrarlo. Una vez que se ha conocido a Jesús, vivir sin Él es verdaderamente miserable e insoportable: hay que ponerse a buscarlo hasta encontrarlo. Cuando perdemos a Cristo por el pecado mortal, hay que ponerse inmediatamente a buscarlo por el arrepentimiento y la confesión sacramental, en vez de quedarse chapoteando en los propios pecados.

Frases...

Jamás hay que intentar comprender por qué alguien nos desea

David Foenkinos

II Domingo de Cuaresma

15 de agosto 


16 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Dios inició un pacto fiel con Abrahán (Gen 15, 5-12. 17-18)
  • El Señor es mi luz y mi salvación (Sal 26)
  • Cristo nos configurará según su cuerpo glorioso (Flp 3, 17- 4, 1)
  • Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió (Lc 9, 28b-36)
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Abraham le dijo al Señor: “¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos?” (Gn 15,2). Son las primeras palabras que Abraham dirige a Dios y en ellas le abre su corazón y le muestra su inquietud. Pues a Abraham la vida le ha ido muy bien, es un hombre rico, felizmente casado con Sara, pero no ha tenido hijos; y ésta es la herida interior que tiene, el dolor que le habita. Y Abraham abre su corazón a Dios y le muestra su dolor: “He aquí que no me has dado descendencia, y un criado de mi casa me va a heredar” (Gn 15,3). Y entonces el Señor le hace una promesa desorbitada, humanamente increíble: “Mira al cielo, cuenta las estrellas si puedes. Así será tu descendencia”. Es tan increíble que Abraham se atreve a pedirle a Dios un signo de que la promesa de la descendencia se cumplirá. Y Dios le da un signo.

El signo que Dios le da es un rito de alianza que el Señor altera deliberadamente mediante el sopor, el sueño profundo que invade a Abraham al ponerse el sol. En tiempos de Abraham, cuando dos hombres hacían alianza entre sí la sellaban con un sacrificio de animales, pasando ambos por entre las carnes de los animales sangrantes e invocaban sobre su cabeza la suerte sobrevenida a las víctimas, si transgredían su compromiso. Pero aquí, Abraham queda inmovilizado por el sopor y no puede moverse y es Dios mismo, bajo el símbolo del fuego (zarza ardiente en Ex 3,2; columna de fuego en Ex 13,21; “Dios es un fuego devorador” en Is 33,14; Hb 12,29), quien pasa por entre las víctimas partidas: la alianza así sellada es un pacto unilateral, un compromiso solemne que toma Dios con Abraham, para realizar lo que le ha prometido. Lo que es imposible para Abraham -tener descendencia- Dios lo realizará: “¿Hay algo imposible para Dios?”, le dirá el propio Dios a Abraham en el encinar de Mambré (Gn 18,14). Y lo mismo le dirá el ángel Gabriel a la Virgen María: “Porque para Dios nada hay imposible” (Lc 1,37).

El cura todas tus enfermedades (Sal 102, 3)



Que tenemos enfermedades espirituales es obvio, dice san Agustín, porque “todavía el alma es agitada por ciertas perturbaciones después de la remisión de los pecados, todavía se halla en medio de los peligros de las tentaciones, todavía se deleita con ciertas sugestiones, con otras no se deleita; con las que se deleita, alguna vez consiente y es atrapada por ellas. Estás enfermo, pero Él cura todas tus enfermedades. No temas, se curarán todas tus dolencias, por grandes que sean. Porque mayor es el médico. Al Médico omnipotente no le sale al paso ninguna enfermedad incurable. Tú déjate únicamente curar; no apartes su mano; Él sabe lo que hace. No sólo te deleites cuando acaricia, sino tolérale también cuando saja”. San Agustín insiste: “Tú ponte únicamente bajo las manos del médico, pues Él aborrece al que rechaza sus manos (…) Te curará. Pero es necesario que quieras. Él cura a cualquier enfermo, pero no al que se opone a ello”. La curación definitiva y total llegará cuando esto corruptible se vista de incorrupción (1Co 15, 53).

I Domingo de Cuaresma

15 de agosto 


9 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • Profesión de fe del pueblo elegido (Dt 26, 4-10)
  • Quédate conmigo, Señor, en la tribulación (Sal 90)
  • Profesión de fe del que cree en Cristo (Rom 10, 8-13)
  • El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado (Lc 4, 1-13)
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“El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. Estas palabras del evangelio de hoy nos describen la situación en la que vive siempre el cristiano: impulsado por el Espíritu Santo hacia el desierto, es decir, hacia la dificultad, es, al mismo tiempo, tentado por el diablo. El Espíritu Santo nos anima a entrar en el desierto, es decir, a afrontar la dificultad de una vida centrada en Dios (el desierto es, en efecto, el lugar donde el hombre se siente perdido y abandonado y descubre que sólo tiene a Dios); y el diablo aprovecha esta dificultad para tentarnos. Nosotros fácilmente sucumbimos a la tentación; sin embargo Cristo supo mantener la justa relación con Dios en medio de la tentación. Contemplemos a Cristo siendo tentado, para aprender de él la manera de no sucumbir a la tentación.

Las dos primeras tentaciones se refieren a la jerarquía de valores que debe presidir nuestra vida, exactamente a su vértice, al valor primero, al que debe ser atendido en primer lugar. La primera tentación a la que fue sometido Jesús consiste en afirmar que “lo primero es vivir”, es decir, que la vida, la subsistencia biológica, es el valor supremo y que, en consecuencia, todo debe ser sometido a ella: con tal de obtener pan, de seguir vivos, hay que hacer lo que sea. La versión popular de esta tentación consiste en decir: “la salud por encima de todo”.

La lectura


El tiempo de la lectura es un tiempo de contemplación y es también el tiempo de la atención y del interés por todo lo que es humano, a través de los siglos y por todos los espacios, lugares, idiomas y civilizaciones del mundo en que vivimos. Es natural que este tiempo se quede cada vez más restringido, en el sentido real y en el sentido ideal, en una época como la nuestra, donde la primacía es para la acción y acaba leyéndose sólo lo que está de moda, lo que es de actualidad, lo que sería una culpa social no conocer, aunque en la mayoría de los casos eso sea tan efímero que no va más allá de una temporada.

Leer significa en primer lugar, más allá de las modas y de la actualidad, elegir entre el hacer una experiencia activa del mundo o hacer una experiencia puramente pasiva, servil. La lectura debería estar desligada lo más posible de fines demasiado prácticos e inmediatos; el conocimiento del mundo tiene que ser, precisamente, su propio fin, no la ocasión de la moda o la obligación escolar.

Además, la lectura debe ser una forma de acercamiento no sólo a lo que es diferente de nosotros (tal vez incluso opuesto), y que sin embargo pertenece a la experiencia y a la historia del hombre, sino también a lo que es grande. En estos años se ha llevado tristemente adelante una obra de menosprecio de los grandes, y así se ha perdido el sentido de grandeza de quienes supieron dar a los hombres mensajes fundamentales para su historia y su vida. A menudo la lectura aconsejada en las escuelas ha puesto su interés sobre los “pequeños” (los que tocan lo particular), entre los contemporáneos; aquellos que se pueden tranquilamente dejar de leer sin, por ello, quedar disminuidos en nuestra propia humanidad; o bien, sí, han interesado los grandes, los universales, pero en tono de burla, despreciados porque no están de moda, porque no son “modernos”, actuales y sobre todo (¡y esto es lo peor!) no eran partícipes de la ideología del profesor.

Escuela de la fe #28: Se van a reir de ti. La misericordia.

 


Se van a reir de ti. La misericordia.


D. Fernando Colomer Ferrándiz
28 de febrero de 2025


Enlace para escuchar en ivoox: https://go.ivoox.com/rf/140820585

VIII Domingo del Tiempo Ordinario

15 de agosto 


2 de marzo de 2025

(Ciclo C - Año impar)




  • No elogies a nadie antes de oírlo hablar (Eclo 27, 4-7)
  • Es bueno darte gracias, Señor (Sal 91)
  • Nos da la victoria por medio de Jesucristo (1 Cor 15, 54-58)
  • De lo que rebosa el corazón habla la boca (Lc 6, 39-45)
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“Vosotros sois la luz del mundo”, dijo el Señor (Mt 5, 14). El cristiano tiene pues el deber ser luz que ilumina a los hombres y que les muestra el camino correcto para encontrarse con Dios y alcanzar la salvación. Por eso empieza el Señor este evangelio hablando de la imposibilidad de que un ciego, es decir, alguien que carece del beneficio de la luz, guíe a otro ciego. De ahí que lo primero deba ser alcanzar la luz para uno mismo, tal como dice el Señor: “Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero cuando está malo, también tu cuerpo está a oscuras. Mira, pues, que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo está enteramente iluminado, sin parte alguna oscura, estará tan enteramente luminoso, como cuando la lámpara te ilumina con su fulgor” (Lc 11, 34-36). Entonces, cuando estemos debidamente iluminados, podremos ser guías para los demás.

La condición para poder ser debidamente iluminados es tener una relación correcta con el Maestro, que es Jesús, el Señor, que dijo de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12). Pues nosotros somos luz sólo en cuanto que nos dejamos iluminar por Él. Por eso es tan importante tener una relación correcta con Él. Y esa relación correcta consiste en no querer saber más que Él, en no considerarse más inteligente que Él. Pues cada vez que criticamos los designios de la Providencia, o protestamos porque Dios permite determinadas cosas, nos estamos considerando más inteligentes que Dios, más inteligentes que Cristo. Por eso el Señor advierte: “Un discípulo no es más que su maestro”. Jesús es el Maestro, el único y verdadero Maestro, tal como él mismo recordó: “Vosotros no os hagáis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, mientras que todos vosotros sois hermanos (…) Ni os llaméis instructores, porque uno solo es vuestro instructor: el Cristo” (Mt 23, 8. 10).