Qué ocurre cuando oramos

La oración es un acontecimiento

Los caminos de la oración son múltiples y a menudo cada uno tiene el suyo particular. Lo que importa es que, cualquiera que sea ese camino, un día desemboque en ese acontecimiento que ocurre cuando la oración brota de sus profundidades. Porque lo esencial, en este asunto de la oración, no es lo que yo haga, sino lo que a mí me suceda, más exactamente, que me suceda ese acontecimiento que llamamos oración.

El acontecimiento de la oración se parece en primer lugar a algo que nos sorprende de improviso, de modo que se produce en nosotros como algo inesperado. Pero lo que nos sorprende no es extraño a nosotros, no es algo que viene del exterior, sino más bien del interior. Para ser más precisos, no nos sorprende algo sino más bien alguien. Alguien que estaba desde hacía mucho tiempo con nosotros y que, repentinamente, se revela, se muestra y, por decirlo de algún modo, pone su mano sobre nosotros. Y eso que me sucede de improviso es nuestra parte de eternidad que se anuncia.

Santísima Trinidad

15 de agosto 

26 de mayo de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • El Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro (Dt 4, 32-34. 39-40)
  • Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad (Sal 32)
  • Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!» (Rom 8, 14-17)
  • Secuencia: Ven, Espíritu divino.
  • Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 16-20)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

¿Cuándo y dónde, fuera de Israel, se ha visto un Dios que se mezcle con los hombres, que entre en la aventura humana “con signos, prodigios y guerra”? Esta pregunta, que se hace retóricamente la primera lectura de hoy, expresa el convencimiento común a toda la humanidad de que lo propio de Dios -o de los dioses- ha sido siempre llevar una existencia feliz en el cielo -en el Olimpo, decían los griegos- y contemplar a los hombres desde lo alto, dejándoles llevar su existencia azarosa y contingente, pero sin mezclarse en ella (salvo, eventualmente, para divertirse).

En la historia de Israel, sin embargo, se revela un Dios que no teme mezclarse con los hombres, un Dios que no teme entrar en su historia, una historia llena de absurdos y crueldades. Y el Dios de Israel entra en ella seriamente, no ocasionalmente; su seriedad se llama alianza: Dios está ahí para mostrar que ha hecho alianza con Israel, que Israel es su pueblo y que, por lo tanto, puede contar siempre con Él. La culminación de esta revelación es Jesús. Con Él Dios muestra que está dispuesto a ser fiel a su alianza hasta el extremo de la Cruz. Con ella Dios nos ha mostrado que “ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm 8,38-39). Si ha sido capaz de ser fiel hasta el extremo de la Cruz, verdaderamente podemos contar siempre con Él: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”.

Frases...

Nadie posee a nadie. Ni siquiera nosotros nos poseemos a nosotros mismos.



Autor: Graham GREENE
Título: El final del affaire
Editorial: Libros del Asteroide, Barcelona, 2019, (p. 227)

El trabajo



1. La vocación humana al trabajo.

Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo (Jn 5,17). Estas palabras de Jesús, unidas a su ejemplo como trabajador humilde, durante treinta años, en Nazaret, ponen de relieve el alto concepto que Dios tiene del trabajo. En efecto, ya en el libro del Génesis vemos como Dios no duda en presentar su obra como un “trabajo” (Gn 1,31;2,3). Por eso no tiene nada de sorprendente el que Dios, que crea al hombre a su imagen y semejanza le dé, como un elemento de su vocación fundamental y primera, la orden de trabajar: Y bendíjolos Dios y díjoles Dios: “Sed fecundos, multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra” (Gn 1,28). Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase v cuidase (Gn 2,15).

Hay que notar que este mandato de trabajar es anterior al pecado de Adán y que, por ello, responde plenamente a la voluntad originaria de Dios sobre el hombre. El hombre no trabaja únicamente para ganar su pan y asegurar su subsistencia, sino para expresar su dignidad de ser creado a imagen y semejanza de Dios: Siendo Dios el único “Señor” absoluto, el hombre, creado a su imagen y semejanza, debe manifestarse también como “señor”, ejerciendo un “señorío” relativo y subordinado a Dios, sobre todo lo creado. Por eso Dios le ordena “mandar”, “someter”, a la creación, “labrarla” y “cuidarla”, es decir, desarrollar las virtualidades ocultas en ella. De este modo mediante el trabajo humano, Dios asocia al hombre a la obra de la creación, ordenándole el dominio, el cuidado y el desarrollo de la misma. Así lo afirma el concilio Vaticano II: Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo así la tierra y cuanto en ella se contiene y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero (GS 34).

Domingo de Pentecostés

15 de agosto 

19 de mayo de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar (Hch 2, 1-11)
  • Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra (Sal 103)
  • Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo (1 Cor 12, 3b-7. 12-13)
  • Secuencia: Ven, Espíritu divino.
  • Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; recibid el Espíritu Santo (Jn 20, 19-23)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

El relato de los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la primera lectura de hoy, ha puesto ante nuestros ojos el designio salvífico divino, y nos lo ha descrito como un hacer la unidad de todos los hombres asumiendo su diversidad, conservando sus diferencias: “cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua”. La unidad reside en el hecho de que todos cantan las maravillas de Dios; la diversidad en el hecho de que cada uno lo hace en su propia lengua. Dios no quiere una humanidad uniforme, homogénea. Dios ama la diversidad, la diferencia, como ya se vio en la creación de la humanidad: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Gn 1,27). Dios es uno, pero su imagen, que es el hombre, existe en la diferencia del varón y de la mujer.

La unidad que Dios quiere crear entre todos los hombres y entre los hombres y Él mismo, es una unidad que recoge y asume la diferencia en la que viven los hombres y los pueblos. Es una unidad enriquecida con las diferencias, unidad que el mundo no sabe realizar (pues la unidad que realiza el mundo es la de la uniformidad del pensamiento único) y que Dios va realizando en su Iglesia. Lo que en este día de Pentecostés se manifestó públicamente por primera vez fue el ser de la Iglesia como el lugar donde los hombres y los pueblos pueden unificarse entre sí y con Dios sin perder su propia identidad, sin tener que renunciar a su diferencia. La unidad que se hace en la Iglesia es la unidad de la confesión de fe y de la caridad, tal como expresó magistralmente san Agustín al escribir: “En las cosas necesarias, unidad; en las cosas discutibles, libertad; y siempre y en todos, caridad”.

Ofrenda

Oh muy divina voluntad,
que me has rodeado de tus misericordias;
te doy infinitas gracias por ellas
y te adoro desde lo profundo de mi alma;
me abandono y pongo todo mi ser en tus manos,
para el tiempo y para la eternidad,
suplicándote que realices en mí
tus designios eternos,
sin permitir
que yo te lo impida.

Que tus ojos divinos,
que penetran los íntimos repliegues de mi corazón,
vean que mi único deseo
es el cumplimiento de tu voluntad;
pero que vean también mi debilidad y mi impotencia.

Por eso yo te suplico, Salvador mío,
que me concedas la gracia de hacer y soportar
todo lo que te complazca
y como te complazca, para que,
consumida en el fuego de tu amorosa voluntad,
yo sea una víctima de holocausto agradable a ti,
que te alabe y te bendiga con todos los santos.


Santa Juana Francisca de Chantal
(1572-1641)

Ascensión del Señor

15 de agosto 

12 de mayo de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • A la vista de ellos, fue elevado al cielo (Hch 1, 1-11)
  • Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas (Sal 46)
  • Lo sentó a su derecha en el cielo (Ef 1, 17-23)
  • Fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios (Mc 16, 15-20)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Celebramos hoy, queridos hermanos, la ascensión de Nuestro Señor Jesucristo al cielo. Lo que celebramos hoy es que Cristo resucitado sube al cielo y se sienta a la derecha del Padre en su condición corporal, es decir, en su ser de hombre que comparte con nosotros la naturaleza humana, con la corporalidad que ésta conlleva. Un hombre llega al cielo, lo que causa el asombro de los ángeles porque hasta ese momento no se había visto en el cielo un cuerpo humano. Cuando el Hijo de Dios salió del cielo y vino a la tierra, era puramente espiritual. Fue en el seno de la Virgen María donde la Palabra se hizo carne; y ahora es con esa carne que tomó de la Virgen María, con ese cuerpo que la Virgen amamantó y cuidó, el mismo cuerpo que permitió que los hombres lo vieran y lo tocaran (1Jn 1,1), el mismo cuerpo que pendió del árbol de la cruz y que reposó en la frialdad del sepulcro, el cuerpo que el Padre del cielo resucitó y transfiguró por el poder del Espíritu Santo, es el cuerpo con el que Cristo vuelve al cielo ante el asombro de los ángeles.

La fiesta de hoy es la fiesta de la esperanza cristiana. Porque Cristo ha resucitado y sube al cielo como “primicia de los que murieron” (1 Co 15,20), como “el primogénito de muchos hermanos” (Rm 8,29). La ascensión del señor al cielo nos muestra así el destino de gloria al que Dios nos ha llamado en Cristo. Ahora se hacen realidad por primera vez las palabras que pronunció Job lleno de dolor y de esperanza y que la Iglesia retoma en su liturgia: “Creo que mi Redentor vive, y que he de resucitar del polvo y, en esta carne mía, contemplaré a Dios mi Salvador; lo veré yo mismo, no otro, mis propios ojos lo contemplarán, y en esta carne mía contemplaré a Dios mi Salvador” (Jb 19,25-27). “En esta carne mía”: estas palabras expresan la esperanza cristiana, y hace falta que “Dios ilumine los ojos de nuestro corazón para que conozcamos cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, cuál la riqueza de la gloria que nos ha otorgado en herencia” (Ef 1, 18), como recuerda la segunda lectura de hoy.

¿Tiene futuro la poesía?

En 1976, el escritor bosnio Izet Sarajlic escribió un poema titulado “Carta al año 2176”:

“¿Qué?

¿Todavía escucháis a Mendelssohn?

¿Todavía recogéis margaritas?

¿Todavía celebráis los cumpleaños de los niños?

¿Todavía ponéis nombres de poetas a las calles?

Y a mí, en los años setenta de dos siglos atrás, me aseguraban que los tiempos de la poesía habían pasado –al igual que el juego de las prendas, o leer las estrellas, o los bailes en casa de los Rostov-.

¡Y yo, tonto, casi lo creí!”



Autor: Irene VALLEJO
Título: El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo
Editorial: Siruela, Madrid, 2021, (p. 319)









VI Domingo de Pascua

15 de agosto 

5 de mayo de 2024

(Ciclo B - Año par)






  • El don del Espíritu Santo ha sido derramado también sobre los gentiles (Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48)
  • El Señor revela a las naciones su salvación (Sal 97)
  • Dios es amor (1 Jn 4, 7-10)
  • Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 9-17)
  • Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf

Estamos aquí reunidos, celebrando la Eucaristía, porque el Señor Jesús nos ha elegido, Él a nosotros, mucho antes de que nosotros le eligiéramos a Él; y nos ha elegido para que nosotros, en medio de los hombres, demos fruto y nuestro fruto dure. El domingo pasado meditábamos sobre la condición esencial para dar fruto: vivir unidos a Cristo, vivir en gracia de Dios. Hoy el Señor nos describe este vivir unidos a Él con tres palabras muy bellas: amor, alegría y amistad.

En primer lugar amor. Jesús nos dice que el Padre le ama y que Él ama al Padre y permanece en su amor porque Él cumple los mandamientos de su Padre. El amor no se nos describe aquí como una cuestión de sentimientos sino de voluntad y de libertad. “Te amo” significa “te obedezco”. Por esto dice Jesús: “vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.

Lo que el Padre le ha mandado a Jesús ha sido una cosa muy difícil: que diera la vida en la cruz. Y Jesús lo ha hecho mostrándonos así el amor que el Padre nos tiene y mostrándonos también su propio amor, pues como Él mismo dice: “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
Jesús, a su vez, nos da un mandamiento para que, cumpliéndolo, “permanezcamos en su amor”, es decir, en la comunión y la unión con Él. Y ese mandamiento es “que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. Es fácil amar a Dios cuando comprendemos que Dios no tiene culpa de nada de lo que ocurre y que encima ha sido tan bueno que ha venido a estar con nosotros sabiendo que eso le costaría una muerte horrorosa. En cambio cuesta bastante más amar al vecino, que no siempre se comporta generosa y amablemente. Jesús dice: ámalo como yo te he amado a ti, ten con él la misma paciencia, la misma buena disposición y esperanza que yo tengo contigo.