La oración es un acontecimiento
Los caminos de la oración son múltiples y a menudo cada uno tiene el suyo particular. Lo que importa es que, cualquiera que sea ese camino, un día desemboque en ese acontecimiento que ocurre cuando la oración brota de sus profundidades. Porque lo esencial, en este asunto de la oración, no es lo que yo haga, sino lo que a mí me suceda, más exactamente, que me suceda ese acontecimiento que llamamos oración.
El acontecimiento de la oración se parece en primer lugar a algo que nos sorprende de improviso, de modo que se produce en nosotros como algo inesperado. Pero lo que nos sorprende no es extraño a nosotros, no es algo que viene del exterior, sino más bien del interior. Para ser más precisos, no nos sorprende algo sino más bien alguien. Alguien que estaba desde hacía mucho tiempo con nosotros y que, repentinamente, se revela, se muestra y, por decirlo de algún modo, pone su mano sobre nosotros. Y eso que me sucede de improviso es nuestra parte de eternidad que se anuncia.