tú conoces bien nuestras pasiones,
las debilidades de nuestra naturaleza
y la fuerza de nuestro enemigo;
escóndeme de su malicia,
porque su poder es fuerte,
nuestra naturaleza miserable
y nuestro poder débil.
Por eso, tú que eres dulce
y experto en nuestras debilidades,
tú que cargas con las penas de nuestra pequeñez,
guárdame del tumulto de los pensamientos
y de la violencia de las pasiones,
y hazme digno de ser discípulo tuyo;
que no corrompa con las pasiones,
el deleite de tu servicio,
para que no me vuelva impúdico ante ti,
cuando me encuentres.
Que pueda hallarme más bien ante ti,
y experto en nuestras debilidades,
tú que cargas con las penas de nuestra pequeñez,
guárdame del tumulto de los pensamientos
y de la violencia de las pasiones,
y hazme digno de ser discípulo tuyo;
que no corrompa con las pasiones,
el deleite de tu servicio,
para que no me vuelva impúdico ante ti,
cuando me encuentres.
Que pueda hallarme más bien ante ti,
Isaac de Nínive (Siglo VII)