Los ángeles, existencia y naturaleza


LA EXISTENCIA DEL MUNDO ANGÉLICO ES UNA VERDAD DE FE

La existencia de los ángeles es un dato de fe. Esse angelos novimus ex fide. Nosotros creemos que los ángeles existen porque Dios nos lo ha revelado en las Escrituras tal como la Iglesia católica, asistida por el Espíritu de Cristo, las recibe y las comprende. A pesar de todas las objeciones que se pueden oponer a esta afirmación, y que el Magisterio no ignora, la iglesia sigue enseñando que la existencia de los ángeles y de los demonios forma parte integrante de la Palabra de Dios y debe ser creída con fe divina.

“Al principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gn 1, 1). La Iglesia ha entendido siempre “el cielo” no como el firmamento astronómico (que será creado en el día segundo) sino como el mundo espiritual en el que existen los ángeles. Así en el Símbolo de Nicea confesamos que Dios es el “creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible”. “El cielo y la tierra” es una expresión para decir “todo”, “la totalidad”. De esta totalidad se afirma que tiene dos caras o dimensiones, una visible y otra invisible. Con ello se afirma que la creación es más grande que lo que nosotros con nuestros ojos corporales, incluso ayudados por potentísimos instrumentos (microscopios, telescopios), podemos contemplar. Y la dimensión invisible de la creación incluye, entre otras realidades, la existencia de otros seres espirituales, distintos del hombre y dotados también como él de inteligencia y de libertad: son los ángeles, que fueron creados antes que el hombre y que son criaturas personales, puramente espirituales, y no simples fuerzas anónimas e impersonales.

El IV Concilio de Letrán (1215) precisa de algún modo la afirmación de Nicea afirmando que Dios “creador de todas las cosas visibles e invisibles, espirituales y corporales, ha creado de la nada, por su fuerza todopoderosa, tanto a la criatura espiritual como a la corporal, es decir, a los ángeles y al mundo”. Y el Catecismo de la Iglesia Católica enseña sin equívoco alguno que la existencia real del mundo angélico no está propuesta a los fieles cristianos como una opción aceptable sino que constituye una verdad de fe. 

A lo que hay que añadir que, en la enseñanza de Cristo, la realidad del universo angélico es requerida para fundar la realidad de la dignidad del cristiano. Puesto que Jesús enseña que hay que respetar a los pequeños porque sus ángeles ven el rostro de Dios (Mt 18, 10): el Señor no construye una imagen sino que afirma una realidad.

El mundo angélico constituye el “ejército celestial” (Lc 2,13), son como los soldados o los combatientes de Dios (Mt 26,53; Ap 19,14; cf. Ap 12,7), que tiene tantos ángeles a su disposición (cf. Lc 2,13), que podría enviar a su Hijo en el acto “más de doce legiones de ángeles” para librarlo de la pasión (Mt 26,53). El autor de la carta a los hebreos habla de “miríadas de ángeles” (12,22) y el Apocalipsis de “miríadas de miríadas y millares de millares” (5,11), con lo que se expresa el número nada fácil de determinar de esos seres que constituyen el mundo celestial (Lc 15,10). El mundo angélico es un aspecto del mundo divino y por eso, en algunas ocasiones, se llega a hablar de los ángeles en lugar de Dios (Lc 12,8s frente a Mt 10,32s), aunque generalmente se mencionan junto a Dios y a Cristo como miembros de la esfera divina, celestial (cf. 1Tm 5,21; 1Pe 3,22; Ap 14,10).


QUÉ SON LOS ÁNGELES


a) Los ángeles son espíritus

Los ángeles son, por su naturaleza, espíritus y por su función mensajeros. Son espíritus en un doble sentido: porque no son materiales y porque –y esto es más profundo- han sido creados a imagen del Espíritu Santo, que es quien expresa mejor en la vida trinitaria la propiedad puramente espiritual de la naturaleza de Dios. Pues el ángel viene de la gloria de Dios, existe delante de esta gloria y la manifiesta. Y el Espíritu Santo es Él mismo la manifestación de la gloria de Dios en su persona trinitaria. De hecho encontramos numerosos textos en los que el simbolismo del número siete designa tanto el universo angélico como la plenitud de la manifestación de la gloria divina que es el Espíritu Santo (y que la comunica a los hombres por los siete espíritus angélicos) (cf. Tb 12,15; Za 4, 2 y 10; Ap 1, 12-13; 2,7; 5, 6; 19,10; 22, 6-9). También es curioso que en Hb 9,14 Jesús se ofrece al Padre “en el Espíritu eterno” y en Lc 22,43 un ángel viene a reconfortarlo en Getsemaní, que es donde Cristo se ofreció al Padre (nótese que “reconfortar” está cerca de la paraklèsis del Espíritu Santo). También en los Hechos de los Apóstoles primero es el “ángel del Señor” quien ordena partir a Felipe (He 8,26) y poco después es el “Espíritu del Señor” (He 8,39) quien lo rapta. Los ángeles son, por lo tanto, espíritus no solamente porque son inmateriales sino porque están al servicio de la misión del Espíritu Santo.


b) Los ángeles son seres litúrgicos

El ángel, que es espíritu, es “ojo”, mirada; es un “vigilante” como lo llama Daniel (Dn 4,10-14; 8,13): todo él es visión, un ser despierto, atento a Dios. El ángel es el que ve a Dios y da testimonio de Él. El ángel es pues servidor pero en primer lugar dando testimonio de las obras de Dios. Al igual que Juan Bautista los ángeles ven la obra de Dios y se alegran de ella. Pues en el mundo de la gracia se colabora con la obra de Dios a través de la contemplación y del testimonio: pues es Dios quien lo hace todo. El ángel es un ser litúrgico porque “reconoce” en el doble sentido del término: ve la obra de Dios y da gracias por ella (cf. Sal 89, 6.9). Los ángeles celebran la liturgia de la gloria de Dios: constituyen esa “asamblea festiva” (Hb 12,22) en torno a Él en la morada celeste.

Los ángeles son espíritus (Hb 1,14; cf. Ap 1,4), es decir, como pronto se afirma en la teología cristiana, seres sin cuerpo carnal. Esto no impide el que puedan verse y, por cierto, como frecuentemente se dice, en figura de jóvenes con vestiduras radiantemente blancas (Mc 16,5; Mt 28,3; Lc 24,4; Jn 20,12; He 1,10; Ap 15,6; 19,14). Nunca se pone el problema de cómo es posible semejante aparición, si lo que aparece es la figura verdadera de estos seres o una imagen visionaria u otra cosa. El color radiante de los vestidos indica el luminoso mundo celestial como patria de estas criaturas. Cuando el evangelio de Mateo escribe del ángel de la mañana de Pascua que “su aspecto era como el relámpago” (28,3), está detrás la concepción ya existente en el Antiguo Testamento sobre la naturaleza, de algún modo ígnea, de los ángeles. Pues el ángel aparece en la zarza ardiente (Ex 3,2) y asciende sobre la llama del altar del sacrificio de Manóaj (Jue 13,20), para subir ciertamente de nuevo al cielo, que es el lugar de su estancia normal. Ya en Gn 3,24 el Señor pone un querubín con la espada flamígera (el rayo) a la entrada del jardín del edén, y más tarde Isaías hablará de los “serafines” (6,2-7) (el nombre se deriva de la raíz s-r-p que significa “arder”), relacionándolos de nuevo con el fuego, pues son los seres que tienen el encargo de quemar los labios de Isaías para purificarlo. Santo Tomás explica que los ángeles no están sometidos a las leyes del tiempo sino que tienen una medida propia. Que se encuentran por encima del espacio. Que ejercen su influencia directa sobre el mundo material, pero que no pueden actuar directamente sobre otra inteligencia creada. Que no conocen el futuro ni los misterios de la gracia, ni los pensamientos secretos de la criatura racional.


CARACTERÍSTICAS DE LOS ÁNGELES


a) Acción y contemplación

Los Ángeles son, ante todo, los “Liturgos” de los que hablan los Santos Padres, los adoradores de la Santísima Trinidad. Pero son, además, los Angeli, los mensajeros que transmiten los dones de Dios y que cumplen sus mandatos. Sin embargo son más felices que nosotros, porque desempeñan sus “misiones” sin dejar de “contemplar la Faz de Dios”. De esta manera representan el ideal hacia el que debe tender siempre el apóstol: la perfecta unión de acción y contemplación.

Los Ángeles son los guardianes de la Ciudad a quienes la Sunamita halla en su camino, preguntándoles por su Amado, quienes, con su silencio, demuestran -según Gregorio de Nisa- que Aquél a quien ella busca está por encima de todo nombre. De esta manera representan el modelo perfecto del Apóstol, que lleva a cabo sus ministerios sin perder de vista la contemplación de la Trinidad, sin contaminarse en sus contactos con el mundo, y sin trabajar más que por conducir las almas a Cristo, desapareciendo después, sin guardar nada para sí.

b) La “discreción” y el ocultamiento de los santos ángeles

En el ángel la luz de Dios se da de manera inmaterial, en cierto modo al estado puro. También en las apariciones angélicas el hombre tiene mucha dificultad en distinguir la presencia del ángel de la manifestación de Dios mismo. El ángel aparece siempre como portador de una cualidad divina; por eso los nombres angélicos en la Sagrada Escritura son casi siempre nombres de Dios. Así ocurre con los nombres de los tres arcángeles que nos han sido revelados: Miguel significa “¿Quién como Dios?”; Gabriel, “fuerza de Dios”; Rafael, “Dios cura”.

Nos es tan difícil de distinguir el ángel de la intervención divina como de distinguir la luz de una vela encendida de la luz del sol, cuando la primera está situada delante de la segunda. Hace falta una gran pureza de corazón y una gran atención contemplativa para percibir en las comunicaciones de la luz divina al mensajero que está allí presente. 

La primera presencia del ángel en la Sagrada Escritura aparece bajo la expresión de “el Ángel del Señor”: no es una simple manera de decir que Dios se hace presente, sino que significa la llegada de un mediador, de un “enviado”, que es el vector de la teofanía de Dios y que, sin embargo, está allí presente. Nosotros experimentamos manifestaciones de Dios en su providencia hacia nosotros y, a veces, en el corazón mismo de esas manifestaciones, como otra presencia, cuya percepción es rara y borrosa.

El ángel quiere servir borrándose, no quiere ser percibido y en eso el ángel ha sido creado, según dicen algunos Padres de la Iglesia, a imagen del Espíritu Santo, que se caracteriza por el ocultamiento extremo del amor. Así el ángel se borra completamente en la gloria de Dios para no ser sino el servidor de la manifestación de esta gloria. En lo cual evoca también a la figura de San Juan Bautista quien, en la iconografía del Oriente cristiano, es siempre representado con las alas de un ángel (cf. Ml 3,1; Mt 11,10), él que presentó su propia misión diciendo: “es necesario que Él crezca y que yo disminuya”.

La mediación de los ángeles es una mediación de pura gracia. La Biblia, en efecto, desmitifica los ángeles como intermediarios obligados del Dios único, concepción que es propia del politeísmo, donde siempre hay un Dios último e inaccesible, que aparece siempre rodeado de una corte de criaturas espirituales que son las únicas que pueden acceder directamente a Él, y por cuya intermediación hay que pasar necesariamente (así ocurre en Babilonia y en la antigua Persia). 

La Revelación establece, en cambio, que Dios mismo en persona entra en una relación directa en la gracia con cada uno de sus hijos, estableciendo una comunión directa entre Él y el hombre. Y sin embargo en el interior de esa relación aparecen los santos ángeles como mensajeros que revelan la verdad de los designios divinos y que acompañan a Dios en el momento mismo en que Él se hace presente en el hombre. En el libro del Éxodo el ángel es “portador del Nombre” (Ex 23,21; esta fórmula significa la presencia simultánea de Dios y del ángel: en la venida del primero al hombre el ángel está presente como testigo y humilde servidor de la comunicación de la luz divina. Pero es siempre un servidor que se sabe “inútil” y que no es para nada un intermediario indispensable.

c) Soledad y comunión de los santos ángeles

Sin duda son los eremitas quienes más testimonios dan de la presencia de los santos ángeles, de un encuentro muy fuerte y personal con ellos. El eremita, en efecto, vive en un estado en el que, hasta cierto punto, está separado de las mediaciones eclesiales visibles, realizando al máximo el carisma de anticipación monástica que hace presente la comunión con el cielo. Y es que la condición del ángel comporta también un misterio de soledad. 

El hombre es imagen de Dios en la relación de las personas divinas: tenemos un cuerpo y, por él, somos una multitud de individuos humanos en una misma naturaleza, a imagen de Dios que es tres personas en una única substancia. El ángel en cambio es imagen de Dios pero según el misterio de su unicidad, en la que subsiste un universo de cualidad que expresa un aspecto de la perfección divina.

La comunión entre los ángeles no tiene nada que ver con la comunión entre los hombres, que consiste en la comunión en una misma naturaleza. La de los ángeles, en cambio, es una comunión de contemplación y de servicio de Dios, según una jerarquía, en la que se ocupe el puesto que se ocupe, se está siempre en una completa soledad de ser. Pues el ángel es profundamente solitario por su ser mismo y no se puede decir de él que esté llamado a formar parte de un “cuerpo de ángeles”, como se dice de nosotros que estamos llamados a formar parte del cuerpo de Cristo. A propósito de los ángeles no se habla de un cuerpo sino de “órdenes angélicos”, de “jerarquías”: una especie de inmensa armonía de universos espirituales, al modo de constelaciones separadas entre sí por distancias interestelares. Por eso en la medida en que se vive la vocación cristiana según una llamada a la soledad, se tiene una mayor percepción del misterio de los ángeles.

Los ángeles han sido también recapitulados por Cristo, pero no según un modo corporal. Dios ha querido reflejar la comunión de las personas trinitarias en una misma y única substancia en el misterio del cuerpo humano y del engendrar humano. Por eso Santo Tomás de Aquino afirma que “el hombre viene del hombre como Dios viene de Dios” en las procesiones trinitarias. Y desde este punto de vista la imagen de Dios se refleja mejor en el hombre que en el ángel. Sin embargo el ángel es un primogénito y más perfecto que el hombre según su naturaleza espiritual. 

La jerarquía entre los ángeles y los hombres no tiene un sentido único: hay superioridad del ángel sobre el hombre en el plano de la naturaleza; pero habrá superioridad del hombre sobre el ángel en el orden de la finalidad, de la gracia, porque el misterio de adopción filial podrá alcanzar en el hombre una comunión de amor superior a la que alcanza en los ángeles, como ocurre en la Virgen María. En la Sagrada Escritura nunca existe una jerarquía absoluta sino una circulación y una inversión de los papeles según los diferentes órdenes (así para San Pablo el varón es cabeza de la mujer pero tiene que dar la vida por ella).

d) La santidad de los ángeles

Sería un error creer que la santidad de los ángeles es la de unos espíritus que fueron creados infalibles. Su santidad es una santidad de gracia, que ha sido alcanzada a través de un acto libre en el que ellos se han determinado, en la fe, la esperanza y la caridad, en relación a Dios, cuyo misterio trinitario permanecía desconocido para ellos. Tal como afirma el libro de Job (4,18; 15,15), Dios discierne en los cielos, juzgando el corazón de cada uno de los ángeles, juzgando la libre elección de su libertad personal. El libro de Job testimonia que la espiritualidad en el sentido ontológico no comporta ipso facto la santidad: el pecado espiritual constituye una impureza más grande que todo pecado corporal. La pureza y la impureza se sitúan en el nivel del corazón, es decir, de la elección libre de las criaturas espirituales en relación con Dios.

La gracia no es solamente gracia de redención (no ha habido redención para los ángeles), sino que es, en primer lugar, gracia de divinización por la que Dios les ha ofrecido la posibilidad de pasar de su condición de criaturas a la participación en la comunión de vida de la Trinidad. Los ángeles buenos han respondido positivamente y, de ese modo, han pasado del conocimiento natural de Dios en sus atributos esenciales, al conocimiento sobrenatural de Él en su vida trinitaria. Por la fe, la esperanza y la caridad han entrado en la comunión del Padre, en el Hijo por el Espíritu. Los ángeles pueden apreciar el carácter decisivo de este paso mejor que nosotros, porque, estando mucho más cerca de Dios, perciben mucho mejor que nosotros la inmensa gracia que se les hace. Y por esto mismo la tentación de orgullo, de rechazar esta gracia, es más grande que la nuestra.

La afirmación clara y neta de la pura espiritualidad de los ángeles, es decir, de que los ángeles son unos sujetos incorporales e inmateriales, en cuya esencia metafísica no entra para nada la materia, supone una concepción filosófica muy elaborada de lo que es el espíritu, la materia, la corporeidad y las relaciones entre sí de todos estos conceptos: la teología cristiana llegó a ella tan sólo en el siglo XIII, de manera particular con Santo Tomás de Aquino.

La espiritualidad de los ángeles, entendida en un sentido amplio, es decir, como negación de la corporeidad tal como nosotros hacemos experiencia de ella, es sin duda un dato de fe; pero, entendida en sentido estricto, la espiritualidad de los ángeles no ha sido nunca definida de forma explícita por el Magisterio. El Catecismo habla de “seres espirituales, no corporales” (nº 328) y precisa: “En cuanto criaturas puramente espirituales, tienen inteligencia y voluntad: son criaturas personales e inmortales” (nº 330).