Naturaleza y persona


"El que nace lechón, muere cochino", dicen en la huerta de Murcia. Con esta frase se intenta expresar la verdad de que cada ser humano posee un modo de ser propio de él, una manera peculiar de sentir, de reaccionar, de posicionarse sobre las cosas y los acontecimientos. Es lo que podríamos llamar la naturaleza propia de cada cual; no la naturaleza en sentido general y común a todos los hombres (como cuando hablamos de la "naturaleza humana" compartida por todos los hombres), sino la manera de ser y de actuar típica de cada uno. De tal manera que, situados ante un acontecimiento nuevo, imprevisto, quienes conocemos a Fulanito podemos decir, casi sin margen de error: si Fulanito estuviera aquí seguro que haría esto. Estamos convencidos de ello, porque conocemos la naturaleza de Fulanito, su típica manera de ser y de actuar. Y la comodidad de todos en la vida social acepta con gusto que las cosas sean así, porque eso nos asegura una existencia sin demasiadas sorpresas.

Podríamos decir que la tarea espiritual del hombre que quiera de verdad desarrollar su humanidad, consiste en desmentir lo anteriormente dicho, desarrollando su ser personal. Su ser personal significa su libertad, es decir, su capacidad de actuar como si no tuviera la naturaleza que ciertamente tiene y por la que los demás lo conocen. Su ser personal significa su capacidad de iniciar una serie nueva de fenómenos, de acontecimientos, que es precisamente "nueva" porque nada hacía pensar que eso fuera lo que iba a hacer y…, sin embargo, es lo que ha hecho. Al obrar así ha mostrado que la suma de todas sus características genéticas, biológicas, educacionales, psicológicas, sociales -que sin duda alguna tiene y que configuran lo que hemos llamado su "naturaleza" individual- no equivale sin más a su ser, a su yo; que él posee otras referencias que están más allá de todo eso y que pueden dar lugar a comportamientos inesperados. Esta capacidad es lo que llamamos persona.

Para cada uno de nosotros lo más fácil y cómodo, lo que nos supone un menor coste de energía psíquica y espiritual, es actuar según nuestra naturaleza. Entonces nuestra conducta se desarrolla casi de manera automática mediante un sistema de acción-reacción, de estímulo-respuesta, que justamente está regido por nuestra naturaleza. Para actuar de manera verdaderamente personal necesitamos invertir una energía psíquica y espiritual por la que, ante cada acontecimiento y ante cada aspecto de la realidad, nos preguntamos cómo debemos actuar; entonces "suspendemos" momentáneamente nuestra espontaneidad -que consiste en actuar según nuestra naturaleza- para determinar cómo vamos a hacerlo en este momento, en esta situación, en esta coyuntura. Y para encontrar la respuesta, tenemos que hacer referencia a unos elementos que no son visibles en la situación en la que estamos, pero que para nosotros son, en el fondo, lo más importante. Esos elementos los podemos llamar "valores" y nuestro obrar va a estar determinado por la voluntad de encarnar en la situación en la que vamos a actuar un determinado valor.

Si somos cristianos, donde he escrito "valores" tenemos que escribir "Cristo", puesto que el vivir cristiano quedó magníficamente expresado por Pablo al decir: "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). Y como quiera que "Dios tuvo a bien hacer residir en él (Cristo) toda la plenitud" (Col 1,19), yo tengo que decidir en cada ocasión qué aspecto concreto de esa "plenitud" que es Cristo quiero poner de relieve, hacer emerger en la situación en la que voy a obrar. Y entonces quien viene en mi ayuda -es más, el único que puede realmente ayudarme a elegir lo que conviene en esa situación concreta- es el Espíritu Santo.

La vida cristiana es, pues, una vida en el Espíritu Santo y, en consecuencia una vida en libertad "porque el Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2Co 3,17). La docilidad al Espíritu Santo es lo que nos educa en la libertad a la que hemos sido llamados (Ga 5,13) y lo que la va creando en nosotros, es decir, el que va desarrollando en nosotros nuestro ser personal, nuestro ser persona

"Nosotros somos embriones de personas", decía un pensador cristiano contemporáneo (O. Clément): hemos de colaborar activamente en nuestro alumbramiento definitivo para la eternidad, mediante la docilidad al Espíritu Santo. De este modo podremos decir, como san Ignacio de Antioquia, hablando de su martirio: "Al fin seré hombre".