La santidad en el infierno


(La autora de estas reflexiones es una mujer judía, de familia acomodada y no practicante, que creció en el ateísmo. En 1944 se encontraba estudiando derecho en Grenoble, donde se había refugiado para intentar escapar de la Gestapo. El 26 de febrero de 1944 tuvo una inesperada revelación de Dios. A los quince días fue detenida por la Gestapo y deportada al campo de exterminio de Auschwitz. Consiguió sobrevivir y cuando regresó a Francia en septiembre de 1945 entabló relación con el sacerdote suizo Charles Journet que la bautizó el 2 de febrero de 1946. Su relato nos permite escuchar una voz creyente que habla desde el infierno de un campo de exterminio.)

Las condiciones de vida devastaban física y psíquicamente a las personas, las hacían seres insensibles, sumarios, brutales; pero la devastación de los corazones provenía de la reacción ante la muerte. Los seres se perdían en la medida en que el pánico de la muerte los precipitaba hacia la oportunidad de vivir, como hacia la salida de una sala que arde (…) Cuanto más se abalanzaban así sobre la vida, a cualquier precio, más se perdían, más se vaciaban de lo humano, más se alteraban, más se convertían en el habitáculo de una bestia inmunda y voraz, y más se hacía en nosotros una noche, incluso sobre los sentimientos que creíamos más inalterables. No quedaba más que esta noche opaca en la que los seres sólo escuchaban el vientre repugnante de esa bestia que no quiere morir.

La selección era una invención satánica, obra de un espíritu demoníaco. Consistía en hacer desfilar a los Judíos desnudos delante del médico de las SS que, sin ningún dossier médico ni ningún criterio, designaba a los que al cabo de una semana iban a ser conducidos a la cámara de gas. La selección es un hecho único en la historia. Menguele y los otros médicos seleccionadores se erguían, ebrios de sí mismos, queriendo quitar a Dios su libertad, embriagados por ejercer esa libertad contra toda lógica. Elegían sin criterio por la alegría de elegir. El universo de su placer consistía en aterrorizarnos y en hacer que nos odiáramos mutuamente: “Tú estás delgada y llena de granos, tú deberías morir y no yo”. Quizá aquel día habían designado a las más gruesas para morir. No seguían ningún criterio para dejarnos en el pánico y el odio. Debíamos pertenecer al médico seleccionador: cuerpos para quemar y almas para estropear. Nos hacían oscilar en el sinsentido, el vacío y la desesperación. Gozaban de vernos como condenados que nos vigilábamos unos a otros para ver quién escapaba de la selección. Estábamos como suspendidos en un mundo carente de toda necesidad, el mundo de la contingencia. Esos ojos del demonio, esas miradas gélidas, yo no podría volver a verlas una segunda vez.

Pero también estaban las que tenían un alma sana y sabían aceptar lo inevitable con desprendimiento y serenidad. Cuanto más se desprendían de la vida presente y consentían a la muerte, más preservados estaban interiormente y más eran semejantes a sí mismos, más eran. En Birkenau el individuo empezaba a nacer en el momento en que aceptaba la muerte. Una mujer, que destacaba por su belleza, me dijo: “¿Pero tú crees que ellos pueden verdaderamente algo?” ¡Su risa era tan ligera que siempre la escucharé! Acababa de decir la única palabra sabia que yo escuché en el campo. ¡En efecto, ellos no podían nada! Toda esa sanguinaria y grotesca maquinaria de gran guiñol no podía nada. Todo su poder procedía de la vileza de nuestros corazones.

Había una mujer llamada Mala, que tenía un enamorado polaco, Edek, de la resistencia polaca. Fania me contó cómo los veía encontrarse en el bloque de la música: ni siquiera se tocaban, pero todo ardía alrededor de ellos. Tengo la certeza interior de que permanecieron puros. Los dos murieron como unos héroes y como unos santos. No hubieran podido tener la fuerza que tuvieron de no haber sido por esta pureza que les acompañaba. Se amaban con un inmenso amor. Fania cuenta: “Cada vez que se encuentran en nuestro bloque, el bloque de la música, es un momento único. Entra ella, pasan unos instantes y entra él; se miran y van el uno hacia el otro hasta una distancia de uno o dos metros; y esta distancia parece unirlos: no se tocan, no se hablan y sin embargo el aire, alrededor de ellos se pone a vibrar: se miran y todo se enciende”. 

Auschwitz era el infierno derramado sobre la tierra, pero en él hubo grandes actos de amor, precisamente porque estábamos en las manos de los demonios. Dios sujetó el fondo de mi corazón más que en toda mi vida. Pero mi psiquismo, mis reacciones, mi ser estaban condicionados por ese mundo demoníaco. Allí descubrí los abismos de mi corazón; y junto con Lily repetíamos “cada hombre, sin él saberlo, lleva un SS dentro de sí”. 

Hubo un momento en que yo tuve muchas cosas en el campo y empecé a venderlas. Pero el Señor me dijo en mi corazón: “tienes que dar todo lo que tienes y después yo cuidaré de ti”. Entonces empecé a regalarlo todo y me sentí feliz. Y después, quince días más tarde, me escapé, escondida, en un transporte de húngaras.

Cada día pasado en Auschwitz, grité en mi corazón la inocencia de Dios. En la misma medida en que me daba cuenta de que yo estaba sucia, sabía también que Él era perfectamente bueno, que Él no tenía ninguna responsabilidad de lo que allí ocurría y que Él tenía piedad de mí y de todos. Y eso, yo se lo he dicho y repetido durante todos esos meses y he confiado en Él por completo (…) Un día, durante la jornada de trabajo, sentí en el corazón, una vez más, ese golpe fulgurante: tú estás aquí como Job sobre su estercolero, para gritar la inocencia de Dios. 

Todavía me acuerdo del lugar del campo donde yo escuché la voz del Señor que me decía: “Estás en lo más bajo de la miseria y vas a decirme que me prefieres y que no dudas de mí”. Todavía hoy escucho a Dios decirme esto, y me escucho a mí misma diciendo: “No dudo de Vos, Dios mío, no dudo de vuestra inocencia, no dudo de vuestro amor. Yo sé que Vos no habéis querido esto, que Vos sois inocente”. Yo he conocido el infierno sin desesperar de la inocencia de Dios; es un milagro.

Autora: Lise Delbès-Lyon, 
Título: Ma déportation. Auschwitz – Birkenau – Hohenelbe
Editorial: La Cause des Livres, 2006