Meditación sobre la muerte

...A diferencia del animal, el hombre se da cuenta de que tiene que morir y “sabe” que camina hacia el hundimiento inevitable. La certeza de la muerte está siempre presente en el horizonte de la conciencia. La conciencia de la muerte necesaria es una mezcla de amenaza inminente que no perdona y de un plazo que permite reaccionar y huir por algún tiempo. Pues la conciencia general de la muerte está continuamente expuesta a la tentación de la huida. M. Heidegger ha insistido en el hecho de que esta huida en la mentalidad de las masas, en el trabajo, en la diversión, etc., es, a su modo, una confirmación de la conciencia universal de la muerte. Huir significa de alguna manera darse cuenta del peligro inminente y de la amenaza. Ya Pascal había dicho: “No habiendo podido encontrar remedio a la muerte, a la miseria, a la ignorancia, los hombres, para ser felices, han tomado la decisión de no pensar en ello”.

Esta huida de la muerte queda desenmascarada con la muerte de la persona amada. G. Marcel ha insistido repetidamente en el hecho de que el único planteamiento real y concreto del misterio de la muerte es el de la muerte de la persona amada. Pues el problema humano de la muerte surge de la intuición, universalmente extendida, del carácter inconciliable entre la muerte y el amor, que constituye el sentido de la existencia. Pues, como dice también G. Marcel, “amar es decirle al otro: tú no morirás”. La muerte nos hace sospechar que tal vez la existencia carezca de sentido, porque ella desmiente la intencionalidad del amor.

La muerte confiere a la existencia un sentido de totalidad y le da un carácter de prueba. De totalidad, porque la muerte impide retocar o cambiar el sentido y el camino de la vida. Lo que se ha hecho durante la existencia queda fijado en su figura definitiva, pues con la llegada de la muerte se han agotado las posibilidades y queda paralizada la libertad de cambiar aún la orientación y las realizaciones de la existencia. De prueba, porque el hecho irreversible de la muerte le confiere un límite al tiempo existencial, y por eso mismo le confiere una gran seriedad a cada uno de los momentos limitados que están disponibles. En un puro nivel filosófico, la existencia debe ser considerada como “prueba”, en cuanto que durante la existencia es posible buscar, intentar, orientarse de otro modo, pero sólo dentro de un arco determinado de tiempo (“tenemos tiempo, pero no todo el tiempo del mundo”) y de posibilidades que se van agotando inexorablemente. La muerte quita la última posibilidad. Lo que se ha hecho ya no puede rehacerse ni retocarse.

Dos son, fundamentalmente, los problemas que la muerte plantea a la antropología filosófica. El primero de ellos es el de conocer lo que ocurre en ella: ¿Qué sucede en toda su verdad y fundamentalmente cuando un hombre muere? Pues no hay nadie que pueda decir por experiencia propia lo que sucede en la muerte, a no ser, quizás, el mismo moribundo. Pero, según la naturaleza misma de la cosa, el moribundo no puede hacer partícipes a los demás de lo que le está ocurriendo. “La muerte es algo que no puede imaginarse ni pensarse. Lo que nosotros pensamos o nos imaginamos sobre ella son puras negaciones, síntomas o fenómenos concomitantes…(continúa)