Una difícil conversación I

(Glory Bouhton, de treinta y ocho años, ha regresado al hogar familiar para cuidar a su moribundo padre. Justo entonces, su hermano Jack, hijo pródigo que ha estado fuera veinte años, vuelve a casa en busca de refugio y tratando de reconciliarse con un pasado marcado por la desdicha y el dolor. Mal chico desde su infancia, alcohólico incapaz de conservar un empleo, aunque brillante y encantador, vive enfrentado a todo lo que le rodea y, en especial, al tradicionalismo de su padre, pastor metodista apartado de su parroquia. El texto recoge una conversación bastante dura, largamente esperada, entre el anciano padre y su hijo Jack, “la oveja negra” de su familia.)


Entonces oyeron un chirrido de muelles de cama y el suave arrastrar de unos pies en zapatillas y el tac tac del bastón. Al cabo de un momento, su padre apareció en la puerta con la camisa de dormir, pálido y con el pelo revuelto, pero con un porte sereno y solemne. Miró primero a Glory, luego a la ventana y, finalmente, como si hubiera encontrado el valor para hacerlo, se volvió a Jack.

-Oh. -Se le escapó un sonido apesadumbrado, pero enseguida, se reanimó-: He pensado que me gustaría un poco de conversación. Os he oído hablando aquí fuera y he venido a participar. Sí.

Jack lo ayudó a ocupar un asiento y volvió al suyo. El viejo le tomó la mano.

-Creo que estaba de mal genio –dijo.

-Me lo merecía –dijo Jack.

-No, no –replicó su padre-. No es así como quería que fueran las cosas. Me lo había prometido mil veces, que si volvías a casa no oirías nunca de mi boca una palabra de reproche. No importaba lo que sucediera.

-No importa. Merezco el reproche.

-Debes dejar a Dios la decisión de qué mereces. Piensas demasiado en ello, en qué mereces. Creo que una parte del problema está ahí.

-Me parece que en eso llevas razón –sonrió Jack.

-Nadie se merece nada, bueno o malo. Todo es gracia. Si aceptas eso, quizás puedas tranquilizarte un poco.

-No sé por qué, no he tenido nunca la sensación de que esa gracia me estuviera reservada a mí, en particular.

-¡Ah! ¡Tonterías! ¡Esto es sencillamente ridículo –dijo el padre. Cerró los ojos y retiró la mano. Luego murmuró-: He vuelto a perder los estribos.

-No se preocupe por eso, papi –Jack se rió.

-No me llames así –replicó el viejo al cabo de un momento.

-Lo siento.

-No me gusta un ápice. ¡Papi! Suena ridículo. Infantil.

-No volveré a decirlo. –Jack se desperezó y sonrió a Glory con las cejas enarcadas como si dijera, “Agradecería que me ayudaras”.

(…)

-Todos estamos cansados, ahora –asintió el viejo, y añadió: Cuántas veces, a lo largo de los años, he intentado no quererte tanto. Nunca lo he conseguido, pero lo he probado. Me decía: “No le importamos un comino”. Necesita un poco de dinero de vez en cuando, eso es todo. Aun así, pensaba que vendrías a casa para el funeral de tu madre. Fue una época muy penosa para mí. Me habría sido de gran ayuda. ¿Por qué pensé que tal vez acudirías? Que estupidez por mi parte. Tu madre siempre decía, “Tú siempre imaginas que de todo esto, de toda esta espera y esta esperanza, saldrá un día alguna felicidad, pero ese día nunca llegará”. Por eso intenté ponerle fin. Pero no pude.

-Jack sonrió y carraspeó.

-Tal vez pueda ahora. Señor. Tal vez debería contarle en qué he andado metido todos estos años. Eso tal vez podría ponerle fin.

-No sería peor de lo que he imaginado –respondió el viejo, moviendo la cabeza-. He pensado en lo más terrible, Jack, despierto en la cama noches enteras. Pero solo conseguía afligirme por ti. Y por mí mismo, porque no había ningún consuelo que pudiera darte.

-Bien –dijo Jack-, no querría que pensara que…O sea, terrible es una palabra muy fuerte. Hay vidas peores que la mía. Sé que no es para estar muy orgulloso, pero aun así…

-Todos lo queríamos, papá –intervino Glory-. Todos nosotros, y teníamos razones para ello. Las tenemos.

-¿Podrías extenderte un poco en explicar eso, Glory? –dijo Jack-. Me interesa.

-Bueno, es lo más natural –dijo el padre-. Lo que me gustaría saber es por qué tú no nos querías a nosotros. Eso es lo que siempre me ha confundido.

Al cabo de un momento Jack respondió:

-Los quería. Pero no podía hacer gran cosa al respecto. Me resultaba difícil estar aquí. Nunca he podido… fiarme mucho de mí mismo. En ninguna parte. Pero eso hacía más difícil estar aquí.

El padre asintió.

-La bebida –dijo.

-Eso también –sonrió Jack.

-Sí, bueno, tal vez sea una broma, no lo sé. Esta última noche ha sido la peor que he pasado en esta vida. No dejaba de pensar, de preguntarle al Señor, ¿por qué tengo que preocuparme tanto? Me parecía una maldición y una aflicción amar a mi propio hijo. ¿Cómo podía ser? Me lo he preguntado muchas veces.

-Lo siento –dijo Jack-. No podría lamentarlo más. Pero al menos sabe por qué no he venido en tanto tiempo. No tenía derecho a volver a casa. No debería estar aquí, ahora.

-¿No tenías derecho a volver? repitió el padre y la voz se le quebró-. Si hubiese tenido que morir sin ver tu rostro otra vez, habría dudado de la bondad del Señor. -Miró a Jack-. Éste era el temor que tenía. Así que durante un tiempo he sido muy feliz, ¿sabes?

-¿Y cuáles son ahora, señor, sus sentimientos sobre la bondad de Dios? De veras –continuó Jack-, no creo que el buen nombre del Señor deba depender de mi conducta. No estoy a la altura de tal responsabilidad.

El viejo movió la cabeza:

-Nadie lo está. Yo tampoco estoy a la altura, después de cómo te he hablado aquí…

-No importa. En cualquier caso ya conocía la mayor parte de lo que ha contado.

Su padre reflexionó.

-Lo sabías y no te importó un ápice. Debería haberlo visto. Supongo que lo vi.

Jack corrió su silla hacia atrás y se levantó.

-Sí, bueno, si me disculpáis.

- No, Jack, siéntate –dijo Glory-. Ya nos hemos preocupado suficiente por ti.

La mirada que él le dirigió fue de cansancio, incluso de perplejidad.

-Solo pensaba subir a mi habitación.

-No. –Ella le tocó el hombro. Lo vio tomar la decisión de confiar en ella, de no ofenderla por lo menos. Volvió a sentarse.

-La amabilidad requiere más vigor del que tengo ahora mismo –dijo el padre-. No había reparado en el esfuerzo que antes ponía en eso. Es como todo lo demás, supongo.

-Todavía no puedo marcharme del todo, pero lo haré tan pronto pueda.

-Sí, claro, viniste por tus propias razones y te irás por tus propias razones. Y casualmente yo estaba aquí, no me había muerto todavía.

-Lo siento papá, pero esto ya ha durado suficiente –dijo Glory. El viejo asintió.

-Tal vez estoy descubriendo que no soy tan buen hombre como pensaba. Ahora que no tengo fuerzas, la paciencia desgasta mucho. La esperanza, también.

-Creo que la esperanza es lo peor del mundo –intervino Jack-. Lo digo en serio. Mientras dura, hace de ti un estúpido. Y cuando desaparece, es como si no quedara nada de ti. Excepto… -se encogió de hombros y se rió, excepto aquello de lo que no puedes librarte.

-Lamento que hayas tenido que pasar por eso, Jack –dijo el padre-. Y ahora hemos hecho llorar a Glory.

Jack se encogió de hombros y sonrió a su hermana.

-Lo siento.

-No importa. Llorar no tiene nada de malo.

Su padre suspiró:

-Sí, bueno, ojalá pudiera retirar todo lo que acabo de decir. Pero supongo que ya lo sabías, en efecto. Con todo, cuando dices cosas como éstas en voz alta, es distinto. Ahora sé que voy a tumbarme en la cama a darle vueltas y desearé haber mantenido la calma. Lo he hecho durante tanto tiempo…

-Así es –dijo Jack-. Siempre fue usted muy bondadoso.

-Espero que eso todavía cuente para algo –asintió el viejo.

-Es lo único que cuenta.

-Gracias, Jack. Y sé que quieres terminar de hablar conmigo ahora. He hecho que nos agotemos. Los dos. Dejaré que volváis a vuestra conversación.






Autor: Marilynne ROBINSON
Título: En casa
Editorial: Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012, (pp. 305-309)