IV Domingo del Tiempo Ordinario
30 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Te constituí profeta de las naciones (Jer 1, 4-5. 17-19)
- Mi boca contará tu salvación, Señor (Sal 70)
- Quedan la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor (1 Cor 12, 31-13, 13)
- Jesús, como Elías y Eliseo, no solo es enviado a los judíos (Lc 4, 21-30)
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El evangelio que acabamos de escuchar
pone de relieve una de las constantes que acompañará la vida terrena de Jesús y
el anuncio del Evangelio hasta que Él vuelva. Se trata de la lucha entre la
idea que los hombres tenemos de Dios y la verdad de Dios. Se trata de la
aceptación de la libertad de Dios.
“¿No es éste el hijo de José?”,
se preguntan sus paisanos de Nazaret después de haberse “admirado de las
palabras de gracia que salían de sus labios”. Detrás de esta pregunta retórica
se esconde un drama: que ellos tienen una idea preconcebida de Dios, de su
manera de ser y de actuar, y que a causa de esa idea suya no pueden creer que Jesús sea verdaderamente el enviado de Dios,
aquel en quien se cumple el anuncio del profeta Isaías. Jesús no encuentra fe en sus paisanos; lo que
encuentra es una especie de curiosidad socarrona:
Oración de la mañana
en el silencio de este día que nace,
vengo a suplicarte la paz,
la sabiduría y la fuerza.
Quiero mirar hoy el mundo
con unos ojos llenos de amor.
Quiero ser paciente, comprensivo y dulce.
Ver a tus hijos, más allá de las apariencias,
como Tú mismo los ves:
viendo sólo el bien en cada uno de ellos.
Cierra mis oídos a toda calumnia,
guarda mi lengua de toda maldad;
que mi espíritu albergue únicamente
pensamientos de bendición.
Que yo sea tan bondadoso y tan alegre
que todos los que se acerquen a mí
sientan tu presencia.
Revísteme de tu belleza, Señor,
y que a lo largo de este día
yo te haga presente a Ti.
Amén.
III Domingo del Tiempo Ordinario
23 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Leyeron el libro de la Ley, explicando su sentido (Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10)
- Tus palabras, Señor, son espíritu y vida (Sal 18)
- Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro (1 Cor 12, 12-30)
- Hoy se ha cumplido esta Escritura (Lc 1, 1-4; 4, 14-21)
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“Toda la sinagoga tenía los ojos fijos
en él”. Comentando este pasaje del Evangelio, Orígenes (185-253) escribe:
“También ahora, si vosotros queréis, en nuestra sinagoga, en nuestra asamblea
podéis fijar los ojos en el Salvador. Cuando diriges la mirada más profunda de
tu corazón hacia la contemplación de la Sabiduría, de la Verdad y del Hijo
único de Dios, tienes los ojos fijos en Jesús. Bienaventurada la asamblea que
tiene los ojos fijos en Él. Quisiera que en esta asamblea todos, catecúmenos y
fieles, mujeres, varones y niños, tengan los ojos, no los del cuerpo sino los
del alma, ocupados en mirar a Jesús. Pues cuando le miráis, su luz y su
destello iluminan vuestros rostros con mayor resplandor”. Yo también deseo eso
mismo para vosotros y se lo pido al Señor.
La enfermedad
II Domingo del Tiempo Ordinario
16 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Se regocija el marido con su esposa ( Is 62, 1-5)
- Contad las maravillas del Señor a todas las naciones (Sal 95)
- El mismo y único Espíritu reparte a cada uno en particular como él quiere (1 Cor 12, 4-11)
- Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea (Jn 2, 1-11)
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El Evangelio de hoy nos narra,
queridos hermanos, cómo Jesús convirtió unos seiscientos litros de agua en vino
de la mejor calidad. Una fiesta de bodas duraba en Israel toda una semana. Iba
acompañada de música y de juerga, de bailes y de cantos. Eran proverbiales el
júbilo y el gozo, el buen humor y la alegría. Como en toda fiesta no podía
faltar el vino “que alegra el corazón del hombre” (Sal 104; Jue 9,13): el vino
es sinónimo de alegría. Si llegara a faltar el vino toda esa alegría se
convertiría en un bochorno y en una vergüenza para los recién casados, que
verían así amargamente estropeado un momento tan bello de su vida. Jesús va a
salvar esa fiesta.
Frases...
“Hemos decidido seguir su consejo y seguir llamándolo Hotel Silencio. Y hemos colocado un cartel en tres idiomas. Me señala la pared que tiene detrás. El silencio salvará el mundo, reza el cartel”.
Bautismo del Señor
9 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Mirad a mi siervo, en quien me complazco (Is 42, 1-4. 6-7)
- El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
- Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
- Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos (Lc 3, 15-16. 21-22)
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Celebramos hoy el bautismo del Señor
que constituyó una manifestación pública del ser de Cristo, de su identidad,
ante el pueblo de Israel. Fue como una especie de respuesta pública a la
pregunta “¿quién es este hombre, llamado Jesús de Nazaret?”, una especie de
“segundo nacimiento” (S. Máximo de Turín) realizado no ya en el silencio de la
noche sino a la luz pública del día, en medio del pueblo de Israel, reunido en
torno a Juan.
Epifanía del Señor
6 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- La gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60, 1-6)
- Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra (Sal 71)
- Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa (Ef 3, 2-3a. 5-6)
- Venimos a adorar al Rey (Mt 2, 1-12)
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Cuando
el Señor eligió a Abraham lo hizo para que, a través de su descendencia, fueran
bendecidos “todos los linajes de la tierra” (Gn 12,3), “todos los pueblos de la
tierra” (Gn 18,18). De Abraham sacaría Dios más tarde un pueblo, Israel, que
tendría como misión en el mundo ser el portador de la salvación de Dios para todos los hombres. Pues “Dios quiere
que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad”
(1 Tm 2,3-4). Por eso ya desde antiguo el profeta Isaías exhortó a Israel a
“ensanchar” su corazón, para acoger en su seno a la multitud de los gentiles:
“Tus hijos llegan de lejos…Te inundará una multitud de camellos, los
dromedarios de Madián y de Efá” (Is 60,1-6). Este misterio, escondido durante
siglos eternos en Dios, es el que ahora, con la venida de Cristo, ha sido
revelado: que “también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo
y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio” (Ef 3,6). Pues
Jesucristo es la descendencia de Abraham en la que son bendecidas todas las
naciones de la tierra. Por eso los
magos preguntan “dónde está el rey de los judíos”. Es la misma inscripción que
se pondrá sobre la cruz: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. La salvación de
Dios viene, en efecto, de los judíos. Pero es una salvación ofrecida a todos
los hombres. Los magos que llegan de Oriente reconocen en Jesús al “rey de los
judíos” por el que se les ofrece la salvación también a ellos, que no son
judíos.
Aprender a esperar
II Domingo después de Navidad
2 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- La sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido (Eclo 24, 1-2. 8-12)
- El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Sal 147)
- Él nos ha destinado por medio de Jesucristo a ser sus hijos (Ef 1, 3-6. 15-18)
- El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1, 1-18)
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Al contemplar el misterio del niño que nos ha nacido en
Navidad, surge inevitablemente la pregunta: ¿quién es este niño, cuál es su
verdadera identidad? De él se nos dicen cosas extraordinarias, que es el
Mesías, el Señor, el Salvador, que es “maravilla de consejero”, “príncipe de la
paz”. ¿Por qué es todas estas cosas? ¿Quién es él?
Santa María, madre de Dios
1 de enero de 2022
(Ciclo C - Año par)
- Invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré (Núm 6, 22-27)
- Que Dios tenga piedad y nos bendiga (Sal 66)
- Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (Gál 4, 4-7)
- Encontraron a María y a José y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús (Lc 2, 16-21)
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En este primer día del año civil, la
Iglesia nos invita a contemplar a María, la Madre del Señor, para que en ella
encontremos el camino que conduce a la paz. Ese camino está indicado en el
evangelio al afirmar que María conservaba todas estas cosas, meditándolas
en su corazón.
El Reino de Dios
1. Jesús anuncia el Reino.
“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Marcos 1,15). Estas palabras referidas por Marcos nos entregan el centro del mensaje de Jesús. Mateo habla del “Reino de los cielos” (Mateo 4,17) pero significa lo mismo puesto que la expresión “cielo” es un circunloquio normal en el judaísmo para ocultar el nombre de Dios. Así pues el reino de Dios es “el asunto” de Jesús.
Curiosamente Jesús no se toma la molestia de explicar en qué consiste ese reino. No lo hace porque supone en todos sus oyentes una idea y una espera de ese mismo reino. En efecto, todo el Antiguo Testamento había hecho comprender al pueblo de Israel la condición trágica del hombre: su deseo profundo de llenar su vida de paz, de justicia, de libertad y de vida, y su incapacidad total para conseguirlo. Como si hubiera unos poderes maléficos que le impiden al hombre realizar aquello mismo que él anhela. La Biblia llama “demonios”, “principados y potestades”, a estos misteriosos poderes que impiden al hombre alcanzar su plenitud, porque corrompen la libertad del hombre y le hacen “elegir lo que no quiere” como dice Pablo.
Pues bien, “reino de Dios” significa la extraordinaria e inaudita noticia de que esta situación se ha terminado, de que estos poderes han sido superados, han sido derrotados y que, en consecuencia, va a ser posible llenar la propia vida de luz y de paz, de justicia, de salvación. “Reino de Dios” significa, por lo tanto, el advenimiento del “señorío de Dios” y, por lo tanto, el final del señorío del diablo. “Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Lucas 11,20). Jesús anuncia, pues, que la esperanza escatológica, el anhelo profundo del pueblo de Israel, expresión a su vez del anhelo profundo de toda la humanidad, se va a ver realizada ahora: “el tiempo se ha cumplido y el reino de Dios ha llegado” (Marcos 1,14. Mateo 4,17; 10,7. Lucas 10,9.11) Por eso se atreve a afirmar: “¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que veis y no lo vieron; quisieron oír lo que oís y no lo oyeron” (Lucas 10,23ss). Como dijo en Nazaret: “Esta Escritura que acabáis de oír, se ha cumplido hoy” (Lucas 4,21).
2. Jesús es el Reino.
Lo propio de Jesús de Nazaret es que son inseparables su persona y su “asunto”, es decir, el Reino de Dios. Tan inseparables que, en el fondo, su asunto es su persona: Él es el Reino de Dios. Por eso puede declarar dichoso al que Le ve y al que Le oye, porque verLe y oírLe es ver y oír la llegada del Reino. Ese Reino había sido anunciado con una serie de signos (cfr. Isaías 35,5-6; 26,19; 29,18s) que ahora se cumplen: “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!” (Mateo 11,4-6). La última frase –dichoso aquel que no halle escándalo en mí– indica la novedad de la situación: Él es el Reino, y todo radica en abrirse o cerrarse a Él.
Las palabras de Jesús expresan constantemente esta realidad. A primera vista Jesús habla como un rabbi, un profeta o un maestro de sabiduría como los que conocía Israel. Pero mirando las cosas más de cerca se descubren diferencias importantes. De hecho la gente las notaba y exclamaba: “¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!” (Marcos 1,27). Porque Jesús no enseña como un rabbi que se limita a explicar la Ley de Moisés. Es cierto que utiliza la misma fórmula que empleaban los rabinos para exponer su propia opinión, distinguiéndola de las demás opiniones –“Pero yo os digo”– (Mateo 5,22). Pero las discusiones de los rabinos se mantenían dentro del marco de la Ley judía. Sin embargo Jesús sobrepasa la Ley. No se contrapone a ella –“No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (Mateo 5,17)– sino que actúa como teniendo más autoridad que Moisés. Detrás de la autoridad de Moisés sólo estaba la de Dios. Cuando Jesús dice “habéis oído que se dijo a los antepasados” para añadir a continuación “pero yo os digo” (Mateo 5,21-22), en realidad Jesús ya no está hablando como un rabino más, sino constituyéndose Él en criterio de la Ley (la expresión “se dijo a los antepasados” es, en realidad, un velado circunloquio del nombre de Dios).
Tampoco habla Jesús como un profeta. Los profetas transmiten la palabra de Dios. Dicen, por ejemplo, “así habla el Señor” o bien “oráculo de Yahveh”. Sin embargo Jesús habla con plena autoridad, sin distinguir para nada su propia palabra de la palabra de Dios: “Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (Marcos 1,22). Jesús se considera él mismo como la boca y la voz de Dios. Así lo entendieron sus contemporáneos y por eso lo rechazaron: “¿Por qué éste habla así? Está blasfemando” (Marcos 2,7).
3. El punto de encuentro entre Dios y el hombre es Jesús y no la Ley.
De ahí la sorpresa y la indignación de la mayor parte de los judíos al constatar que Jesús tiene la pretensión de ser Él –su persona– el lugar decisivo del encuentro con Dios, en vez del cumplimiento de la Ley de Moisés. Esta pretensión se manifiesta en multitud de disputas en las que Jesús subordina determinadas prácticas de la Ley al hecho de su persona y su presencia. Cuando le preguntan por qué sus discípulos no ayunan, como hacen los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista, la respuesta de Jesús es contundente: “¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar” (Marcos 2,19). Con estas palabras Jesús evoca el Cantar de los cantares donde el encuentro con Dios es descrito como un encuentro nupcial y se presenta él mismo como “el novio”. Proclama así el inaudito acontecimiento anunciado por Isaías al afirmar que “el que te creó te desposa” y retomado por el Apocalipsis al cantar la boda del Cordero: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero y su esposa se ha engalanado” (Apocalipsis 19,7). Cuando sus discípulos arrancan espigas –trabajo prohibido en día de sábado– al atravesar por un sembrado un sábado y los fariseos se lo reprochan, Jesús los defiende manifestando lo inaudito de su pretensión: “Porque el Hijo del hombre es señor del sábado” (Mateo 12,8). El sábado era el día consagrado por entero a Yahveh, el día en que el Señor reposó y en el que el pueblo, reposando también, participa del tiempo de Dios, es decir, de su eternidad, entrando de este modo en comunión con Él. Afirmar, por lo tanto, que el hijo del hombre es señor del sábado es tanto como afirmar que él es Dios, ya que el “señor del sábado” por excelencia es el mismo Dios.
4. Jesús ofrece “señales” que autentifican su pretensión.
La pretensión de Jesús es nada más y nada menos que la de hacerse igual a Dios, la de constituirse Él, su persona, en el punto de encuentro entre el hombre y Dios. Esta pretensión la expresa Jesús en frases como “aquí hay algo mayor que el Templo” (Mateo 12,7), es decir, que el lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, o “aquí hay algo más que Jonás” o “aquí hay algo más que Salomón” (Mateo 12,41-42) y en gestos como el perdonar los pecados. Para autentificar su pretensión Jesús ofreció numerosos “signos”: “Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados –dice al paralítico–: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Él se levantó y se fue a su casa” (Mateo 9,6-7).
Los milagros de Jesús son los signos que él ofrece para que el hombre, provocado por el asombro de lo extraordinario, pueda abrir su corazón a la acción de Dios presente en Él. Jesús nunca hizo milagros por una pura demostración de su poder. Cuando se los pidieron en este plan –“Maestro, queremos ver una señal hecha por ti” (Mateo 12,38)– se negó rotundamente a hacerlos y anunció como la única señal valedera y definitiva su muerte y resurrección (cfr. Mateo 12,39-40). Jesús no fue un curandero como tantos que había en su tiempo. Las curaciones de Jesús no son curaciones del cuerpo sino recreaciones del ser entero del hombre, posibles sólo gracias a la fe, por la que el hombre se abre a la acción de Dios presente y operante en Él. De ahí la frase que tantas veces se repite en los evangelios: “tu fe te ha salvado”. No porque la fe por sí misma tenga el poder de salvar, sino porque la fe abre el corazón del hombre al poder de Dios, que es el único que salva. Los curados por Jesús no recuperan meramente la salud física, sino que acceden a una nueva existencia. De la suegra de Pedro curada instantáneamente por Jesús de una fiebre se nos dice que “se puso a servirles” (Marcos 1,31), es decir, que accedió a una nueva existencia configurada por el servicio de Jesús y de sus discípulos; y de tantos y tantos curados se nos dice que marchaban contentos alabando a Dios. Los milagros de Jesús son, pues, signos, que suponen la fe, como apertura personal a Él, y que confirman esa misma fe. Por eso Juan afirma, a propósito del milagro de Caná de Galilea: “Así, en Caná de Galilea, dio comienzo Jesús a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Juan 2,11).
5. El seguimiento de Jesús.
Así pues la decisión a favor o en contra del Reino de Dios y de Dios mismo se convierte en la decisión a favor o en contra de Jesús: “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8,38). La decisión a favor o en contra de Jesús es, pues, la decisión a favor o en contra de Dios mismo. De ahí que Jesús invite al seguimiento.
Los rabinos solían tener un grupo de discípulos a su alrededor. Aparentemente Jesús hace también lo mismo. Pero si se mira más de cerca vemos inmediatamente que hay profundas diferencias. A un rabino se le puede pedir el ser admitido entre sus discípulos; sin embargo Jesús es Él mismo quien elige, de manera soberanamente libre, “a los que quiso” (Marcos 3,13). Su llamada –“Sígueme” (Marcos 1,17)– no es una propuesta o una invitación sino más bien una orden. Una orden que, por lo demás, es una palabra creadora que transforma profundamente la vida del discípulo: “Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré llegar a ser pescadores de hombres” (Marcos 1,17). En contra de lo que ocurre con los rabinos y sus discípulos, aquí no se trata de una relación provisional maestro-discípulo, hasta que el discípulo mismo llega a ser maestro. Aquí esto está explícitamente excluido: “Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Rabbí», porque uno solo es vuestro Maestro; y todos vosotros sois hermanos” (Mateo 23,8). De ahí que la vinculación de los discípulos con Jesús es mucho más profunda que la de los discípulos de los rabinos con sus respectivos maestros. Jesús, en efecto, llama a sus discípulos “para que estén con él” (Marcos 3,14). Así ellos participan de su peregrinaje, de su carencia de patria, de su “no tener donde reclinar la cabeza”. En realidad ser discípulo de Jesús no consiste en recibir unas enseñanzas sino en entrar en una comunión de vida total con Él, en una comunión de destino, pase lo que pase. Por eso el seguimiento exige “dejarlo todo”. (Marcos 10,28).
La bondad de Dios
Catequesis parroquial nº 166
Autor: D. Fernando Colomer FerrándizFecha: 22 de diciembre de 2021
Sagrada Familia
26 de diciembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- Quien teme al Señor honrará a sus padres (Eclo 3, 2-6. 12-14)
- Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos (Sal 127)
- La vida de familia en el Señor (Col 3, 12-21)
- Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los maestros (Lc 2, 41-52)
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Lo que más me llama la atención de la
sagrada Familia es la conciencia tan clara que tienen todos sus miembros de
pertenecer a Dios, de ser “de Dios”, de que su dueño y señor es Dios y sólo
Dios y de que, si están los tres juntos, es porque Dios, que es su verdadero y
único dueño, les ha dicho que lo estén.
JESÚS es plenamente consciente de que
Él pertenece al Padre del cielo y por eso se queda en el templo de Jerusalén,
que es la casa de su Padre, Dios. Y por eso respondió al requerimiento de su
madre diciendo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la
casa de mi Padre?”
Natividad del Señor
25 de diciembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios (Is 52, 7-10)
- Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios (Sal 97)
- Dios nos ha hablado por el Hijo (Heb 1, 1-6)
- El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Lc 1, 1-18)
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“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”, hemos proclamado en la segunda lectura de hoy. Un acontecimiento increíble ha sucedido: “Cuando un sosegado silencio lo envolvía todo y la noche se encontraba en la mitad de su carrera”, la Palabra de Dios “saltó del cielo, desde el trono real” y vino a la tierra, morando en medio de nosotros (Sb 18,14). “Dios ha realizado un milagro nunca visto entre los habitantes de la tierra: el que mide el cielo con la palma de su mano, yace en un pesebre de poco más de un palmo; el que en la cavidad de su mano contiene todo el mar, experimenta qué es nacer en una gruta. El cielo está lleno de su gloria y el pesebre está colmado de su esplendor. Moisés anhelaba contemplar la gloria de Dios, pero no fue posible el verla como deseaba. Entonces ningún hombre pensaba poder ver a Dios y quedar con vida. Hoy todos los que le han visto han pasado de la muerte segunda a la vida”, canta San Efrén (+373).
San Atanasio de Alejandría
tu gloria supera odas las cosas creadas.
¿Qué hay que se pueda semejar a tu nobleza,
madre del Verbo de Dios?
¿A quién te compararé, oh Virgen,
entre toda la creación?
Excelsos son los ángeles de Dios y los arcángeles,
pero ¡cuánto los superas tú, oh María!
Los ángeles y los arcángeles sirven con temor
a Aquel que habita en tu seno,
y no se atreven a hablarle;
tú, sin embargo, hablas con él libremente.
Decimos que los querubines son excelsos,
pero tú eres mucho más excelsa que ellos:
los querubines sostienen el trono de Dios;
tú, sin embargo, sostienes a Dios mismo
entre tus brazos.
Los serafines están delante de Dios,
pero tú estás más presente que ellos;
los serafines cubren su cara con las alas,
No pudiendo contemplar la gloria perfecta;
tú, en cambio,
no sólo contemplas su cara,
sino que la acaricias
y llenas de leche su boca santa.
La belleza de la vida sacerdotal
La belleza de la vida sacerdotal (Parte 1)
La belleza de la vida sacerdotal (Parte 2)
IV Domingo de Adviento
19 de diciembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- De ti voy a sacar al gobernador de Israel (Miq 5, 1-4a)
- Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve (Sal 79)
- He aquí que vengo para hacer tu voluntad (Heb 10, 5-10)
- ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? (Lc 1, 39-45)
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El evangelio de hoy es de una singular
belleza: nos presenta a dos mujeres puras, llenas de belleza espiritual, que se
encuentran en el Espíritu Santo y,
por ello mismo, son capaces de percibirse en su verdad más profunda, aceptando
y agradeciendo, llenas de alegría, la obra de Dios en cada una de ellas. Cuando
uno contempla el encuentro de la Virgen María y de su prima santa Isabel, uno
desea que todos los encuentros humanos que va a tener en esta vida sean así:
encuentros en el Espíritu Santo,
llenos de verdad y de alegría, llenos de agradecimiento al Señor.
La mentalidad evolucionista
III Domingo de Adviento
12 de diciembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- El Señor exulta y se alegra contigo (Sof 3, 14-18a)
- Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel (Salmo: Is 12, 2-6)
- El Señor está cerca (Flp 4, 4-7)
- Y nosotros, ¿qué debemos hacer? (Lc 3, 10-18)
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¿Es el Reino de Dios fruto del
esfuerzo humano? ¿Puede el hombre implantar el cielo en la tierra? La liturgia
de la Palabra de este tercer domingo de Adviento aborda esta cuestión y nos da
una respuesta clara y contundente: NO. El Reino de Dios es la presencia
salvadora de Dios en medio de nosotros: “El Señor tu Dios, en medio de ti, es
un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con
júbilo como en día de fiesta” (Sofonías). Y esa presencia, esa venida
misericordiosa y salvadora de Dios, no depende de nosotros: nosotros no nos podemos dar a Dios a
nosotros mismos, porque Dios no es un producto de nuestras manos. Dios es
Dios, es libre y Él viene cuando Él quiere y en el modo y la manera que Él
quiere. Y normalmente ese modo y esa manera nos desconciertan.
Frases...
“A veces me veo demasiado reflejado en los demás. Eso me llena de inquietud, y entonces siento un enorme deseo de creer en los santos y en las virtudes heroicas.”
Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María
8 de diciembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- Pongo hostilidad entre tu descendencia y la descendencia de la mujer (Gén 3, 9-15. 20)
- Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas (Sal 97)
- Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef 1, 3-6. 11-12)
- Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1, 26-38)
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La liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de
la Virgen María nos retrotrae al inicio de la creación, al paraíso en el que
Dios situó al hombre recién creado a imagen y semejanza de Él, creado “en la
santidad y en la justicia”. Es el hombre según el querer de Dios, el hombre
conforme a su voluntad. El hombre así creado vivía en la inocencia, lo que
significa que veía todas las cosas en Dios, que percibía la realidad en
la mirada de Dios. Por eso dice la Escritura que “estaban desnudos y no sentían
vergüenza”. En efecto, en la desnudez corporal veían el ser personal del otro,
“se veían”, porque así es la mirada de Dios: “todo es puro para los
puros”.
La muerte y la belleza
Los padres eran demasiado viejos, los niños demasiado jóvenes.
Dice: “Mi hermana pequeña era muy guapa. No podéis imaginar lo guapa que era.
No debieron de mirarla.
Si la hubieran mirado, no la habrían matado.
No habrían podido”.
Esponsalidad y paternidad a la luz de San José
Charla dada por D. Fernando Colomer a los ENS (Equipos de Nuestra Señora)
Murcia, 27 de noviembre de 2021
II Domingo de Adviento
5 de diciembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- Dios mostrará tu esplendor (Bar 5, 1-9)
- El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
- Que lleguéis al Día de Cristo limpios e irreprochables (Flp 1, 4-6. 8-11)
- Toda carne verá la salvación de Dios (Lc 3, 1-6)
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San Lucas se preocupa mucho de
subrayar que tanto Juan el Bautista como Jesús son personajes reales, situados
en un lugar y en un tiempo concreto de la historia humana. Para ello ofrece
seis referencias históricas: cinco del marco político y una del marco religioso
(Anás y Caifás). Todo ello significa, en primer lugar, que nosotros los
cristianos no creemos en una “idea”, o en un “símbolo”, o en una “sabiduría”, o
en un “principio moral”, sino en un acontecimiento,
a saber, que Dios se ha hecho hombre
y que esto es algo que ha sucedido de
verdad, realmente, algo que se puede ubicar en un lugar y en un tiempo
concretos.
El segundo mandamiento
1. El misterio del nombre.
En la relación del hombre con Dios ocurre, a veces, que Dios le cambia el nombre. El cambio de nombre significa que la acción de Dios va a cambiar profundamente el ser de esa persona para ajustarlo a la misión que Dios mismo le va a confiar. Así ocurrió con Abraham, que se llamaba Abram y Dios le cambió su nombre por el de Abraham que significa “padre de muchedumbre de pueblos”; con ello se pone de manifiesto la vocación que Dios le otorga, la misión que le encomienda (Génesis 17,5). Igualmente sucede con Jacob a quien Dios cambia el nombre y lo llama Israel porque has sido fuerte contra Dios (Génesis 32,29). Lo mismo ocurre con Simón: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás (...) Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mateo 16,17-18). Con este cambio de nombre Jesús revela a Simón su vocación más íntima y personal, la misión que el Padre del cielo le encomienda.
Este anhelo de conocer el nombre de Dios será satisfecho por Dios mismo ante Moisés: Contestó Moisés a Dios: Si voy a los israelitas y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; cuando me pregunten: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3,13-14). La expresión hebrea se puede traducir también por “Yo seré el que seré”. Dios se da, por lo tanto, un nombre sin definirse, sin referirse a nada distinto de sí mismo, sin encerrarse en ninguna idea que el hombre pudiera manejar a su antojo, sino remitiendo únicamente a su libre obrar. Es como si dijera: a través de lo que yo iré haciendo con vosotros, vosotros iréis sabiendo quién soy. Cuando aparece Jesús el misterio del Nombre de Dios no se desvanece sino que aumenta más todavía. Pues aunque contemplamos un rostro humano –el de Jesús– Dios se nos revela a través de él como Padre, Hijo y Espíritu Santo, en una plenitud que nos supera por completo. Por eso dice el Señor: Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer (Juan 17,26).
La excelsitud del nombre de Dios se expresa en la Biblia diciendo que ese Nombre es santo: Así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre es Santo (Isaías 57,15). La santidad del nombre de Dios significa su carácter inaferrable para el hombre, su transcendencia, el hecho de que ese Nombre no puede ser manipulado por el hombre. Pero significa también que ese nombre es fuente de salvación –de bendición– para el hombre: No hago esto por consideración a vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre (...) Os tomaré de entre las naciones, os recogeré de todos los países y os llevaré a vuestro suelo (Ezequiel 36,22ss). Aunque nuestras culpas atesten contra nosotros, Yahveh, obra por amor de tu Nombre (Jeremías 14,7). El nombre de Dios es para nosotros fuente de salvación y de vida eterna. Pues la vida eterna empieza a habitar en nosotros por el bautismo que recibimos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Como quiera que el nombre del Señor es santo, el hombre debe usarlo con respeto y veneración, sabiendo que es ya de por sí algo inaudito el que el nombre de Dios entre en nuestro lenguaje humano. Por eso enseña Jesús: No juréis en modo alguno (...) Sea vuestro lenguaje: “sí, sí; no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno (Mateo 5,34-37). El hombre tiene tendencia a querer avalar su propia palabra y su propio lenguaje con el recurso al nombre de Dios. Pero el Señor nos inculca una gran sobriedad en nuestro lenguaje, como muestra de nuestro respeto hacia la santidad de Su Nombre. Pues no conviene nunca olvidar la distancia inconmensurable que existe entre el hombre y Dios. En este sentido el sentido de lo sagrado es un componente de la actitud cristiana ante Dios, por el que se expresa la conciencia del carácter absolutamente único y excepcional, del ser de Dios.
La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios –interior o exteriormente– palabras de odio, de reproche, de desafío, o de insulto. Consiste también en faltarle al respeto en las expresiones, o en abusar del nombre de Dios. La prohibición de la blasfemia se extiende también a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. También se blasfema cuando, sin injuriar directamente a Dios, se utiliza Su Nombre para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte, pues Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos (Mateo 22,32). Siendo Dios el autor y la fuente de la vida, es una grave blasfemia el pretender legitimar la muerte en Su Nombre. La blasfemia es de por sí un pecado grave.
El segundo mandamiento nos prohíbe igualmente el uso mágico del nombre del Señor. Pues la magia expresa la voluntad de poder del hombre, y no es lícito que el hombre utilice el nombre de Dios como un instrumento a su servicio. Pues Dios no ha revelado el misterio de Su Nombre –de su ser íntimo y personal– para que el hombre lo emplee de modo utilitario en la satisfacción de sus necesidades o en el cumplimiento de sus deseos, sino para que el hombre entre en la intimidad divina por la adoración, la alabanza, la acción de gracias y la súplica confiada.
Este mandamiento nos prohíbe también el juramento en falso. Siguiendo el ejemplo del apóstol San Pablo, que en distintas ocasiones usó el juramento, poniendo a Dios por testigo de que estaba diciendo la verdad (2ª Corintios 1,23; Gálatas 1,20), la Iglesia ha entendido siempre las palabras del Señor diciéndonos no juréis, no como una prohibición absoluta, sino como una restricción del uso del juramento, que sólo debe ser reservado para causas graves y justas. Pues el juramento consiste en poner la veracidad divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete, por ello, el nombre del Señor y por eso nunca se debe jurar en falso pues ello equivale a invocar a Dios como testigo de una mentira.
I Domingo de Adviento
28 de noviembre de 2021
(Ciclo C - Año par)
- Suscitaré a David un vástago legítimo (Jer 33, 14-16)
- A ti, Señor, levanto mi alma (Sal 24)
- Que el Señor afiance vuestros corazones, para cuando venga Cristo (1 Tes 3, 12 - 4, 2)
- Se acerca vuestra liberación (Lc 21, 25-28. 34-367)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
Cada vez que celebramos la Eucaristía,
cuando Cristo, el Señor, se acaba de hacer presente entre nosotros, exclamamos
llenos de agradecimiento y de alegría: “Anunciamos
tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”. Y después del
Padrenuestro el sacerdote realiza una oración que termina diciendo: “Mientras esperamos la gloriosa venida de
Nuestro Señor Jesucristo”.
Escuela de la fe #06: Nos acordamos de lo que vendrá
Nos acordamos de lo que vendrá
D. Fernando Colomer Ferrándiz
26 de noviembre de 2021
Letanías de la humildad
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo,
Jesús dame la gracia de desearlo.
Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse,
Jesús dame la gracia de desearlo.
Que otros sean alabados y de mí no hagan caso,
Jesús dame la gracia de desearlo.
Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil,
Jesús dame la gracia de desearlo.
Que otros sean preferidos a mí en todo,
Jesús dame la gracia de desearlo.
Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda, Jesús dame la gracia de desearlo.
Concédeme, Jesús:
- el conocimiento y el amor de mi nada,
- el perpetuo recuerdo de mis pecados,
- la persuasión de mi mezquindad,
- el aborrecimiento de toda vanidad,
- la pura intención de servir a Dios,
- la perfecta sumisión a la voluntad del Padre,
- el verdadero espíritu de compunción,
- la decidida obediencia a mis superiores,
- el odio santo a toda envidia y celo,
- la prontitud en el perdón de las ofensas,
- la prudencia en el callar los asuntos ajenos,
- la paz y la caridad con todos,
- el ardiente anhelo de desprecios y humillaciones,
- el ansia de ser tratado como Tú y la gracia de saber aceptarlo santamente.
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo
21 de noviembre de 2021
(Ciclo B - Año impar)
- Su poder es un poder eterno (Dan 7, 13-14)
- El Señor reina, vestido de majestad (Sal 92)
- El príncipe de los reyes de la tierra nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios (Ap 1, 5-8)
- Tú lo dices: soy rey (Jn 18, 33b-37)
- Homilía: pulsar aquí para leer la homilía en formato pdf
Cuando el Señor multiplicó los panes y los peces, la multitud entusiasmada quiso hacerlo rey; y entonces Jesús “huyó de nuevo al monte, él solo” (Jn 6,15). Sin embargo ahora, ante Poncio Pilato, cuando va a ser azotado, coronado de espinas y crucificado, el Señor entiende que se halla en el contexto adecuado para proclamar su realeza: “Tú lo dices: Soy Rey”.
La realeza de Cristo es proclamada en este contexto porque así se puede percibir con claridad su verdadera naturaleza. “Mi reino no es de este mundo”. Los reinos de este mundo están fundamentados en la lógica del poder, cuya arma es la violencia ejercida por medio de los ejércitos: ejércitos de militares, ejércitos de los medios de comunicación, ejércitos de las finanzas. En cambio el reino de Cristo no se fundamenta en la lógica del poder sino en la lógica de la verdad, cuya arma es el testimonio: “Yo para esto he nacido y he venido al mundo: para ser testigo de la verdad”.
Lo propio de la violencia es que se
ejerce sobre el hombre para arrancarle lo que el hombre no quiere dar. Lo
propio del testimonio es que en él el hombre, voluntariamente, avala lo que
testimonia con su propia vida, paga con su persona la verdad que proclama. Así
lo va a hacer Jesús, que dentro de poco va a ser azotado, coronado de espinas y
crucificado. Aceptando todo ello por amor, Jesús va a testimoniar que Dios es
Amor (1Jn 4,8). Su sangre derramada no va a clamar venganza, sino perdón:
“Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
El poder lucha contra la verdad y
aplica la violencia contra ella. El poder flagelará a Jesús, lo coronará de
espinas y lo presentará al pueblo diciendo con ironía: “Aquí tenéis al hombre”
(Jn 19,5). ¿Sabía Pilato y sabían los judíos que, efectivamente, ese hombre
coronado de espinas y flagelado era “el hombre”, es decir, el Hijo del hombre
que vio venir Daniel sobre las nubes y al que se le dará “poder eterno” y “un
reino que no cesará?”. Sin duda que no. Y sin embargo lo era. En la batalla
entre el poder y la verdad, la verdad suele ser azotada y escarnecida; y sin
embargo la última palabra será de la verdad.
El poder humilla a la verdad y en esa
humillación la verdad resplandece. Pero sólo la perciben “los que son de la
verdad”: “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”, le dice Jesús a Pilato.
Hay aquí un profundo misterio que toca el corazón del hombre, que pasa por cada
uno de los corazones. El corazón tiene que elegir entre el poder y la verdad.
El poder tiene una enorme capacidad de fascinación, porque asegura el dominio y
la disposición de las cosas de este mundo, incluyendo a las personas, a las que
intenta dominar mediante la seducción o la fuerza. La verdad, en cambio, tiene
una belleza humilde que viene de otro
mundo. De hecho Pilato intuirá este misterio y le preguntará a Jesús: “¿De
dónde eres tú?” (Jn 19,9).
Jesús no es de aquí, no es de este
mundo. Y por eso su reino “no es de este mundo”. Jesús es de otro lugar. Ese
“lugar” es el corazón del Padre que
es sólo “amor y misericordia”. Y ése es el lugar más extraño para un mundo
marcado por el egoísmo y la violencia. Jesús aceptará soportar esa violencia
para que a través de ella resplandezca la dulzura de Aquel que es la Verdad:
“en su pasión no profería amenazas”, escribe san Pedro (1Pe 2,23).
Ser del reino de Cristo exige dejarnos
lavar “por su sangre” por la que se nos perdonan los pecados y se nos va dando
una nueva mentalidad y una nueva sensibilidad con la que hemos de valorar todo
lo que la realidad pone ante nuestros ojos y entre nuestras manos. “Nosotros tenemos
la mente de Cristo” (1Co 2,16), afirma san Pablo. Y también: “Tened entre
vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp 2,5). Y eso significa
introducir una anomalía, una “incorrección” en el reino del poder, que es el
reino de este mundo. Eso comporta para nosotros la incomodidad de recordar a
todos que “se puede vivir de otra manera”, que existe otra lógica distinta de
la del poder: la lógica de la verdad y del amor.
Observa san Agustín que Cristo no dijo “mi reino no está aquí”, sino “mi reino no es de aquí”. A su reino pertenecen todos los que “son de la verdad y escuchan su voz”: “Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo”, dijo el Señor en su oración sacerdotal, la noche del jueves santo (Jn 17,16). Sus discípulos “están en el mundo” (Jn 17,11), aunque no son del mundo, porque Cristo, al elegirlos, los ha sacado del mundo (Jn 15,19). Tal es, hermanos, nuestra condición: la elección de Cristo nos ha sacado del mundo, no en un sentido físico sino espiritual, porque ya nos somos del poder sino de la verdad. Ello hace difícil nuestra condición: oremos para que, sometidos a la violencia del poder, sepamos dar como Cristo testimonio de la verdad. Él fue “el Testigo fiel” (Ap 1,5): que su fidelidad sostenga nuestra debilidad, para que, como él, demos el “hermoso testimonio” (1Tm 6,13) ante los Poncio Pilatos de nuestro tiempo.