Hay que combatir la guerra más dura: contra uno mismo.
Hay que conseguir desarmarse.
Yo he combatido en esta guerra durante años, y ha sido terrible.
Pero ya estoy desarmado.
Ya no tengo miedo de nada, porque el amor expulsa el temor.
Me he desarmado de la voluntad de tener razón,
y de justificarme descalificando a los otros.
Ya no estoy en tensa vigilancia,
celosamente pendiente de mis riquezas.
Acojo y comparto.
No me apego especialmente a mis ideas y a mis proyectos.
Si me presentan otros mejores, o no ya mejores,
sino simplemente buenos, los acepto sin lamentarme.
He renunciado a hacer comparaciones.
Lo que es bueno, verdadero, real, es siempre para mí lo mejor.
Y ya no tengo miedo.
Cuando no se tiene nada, no se tiene miedo.
Si uno se desarma, si uno se desposee,
si uno se abre al Dios-Hombre que hace nuevas todas las cosas,
entonces, Él, borra el pasado malo y nos entrega un tiempo nuevo
en el que todo es posible.
Patriarca Atenágoras