La misericordia

Si eres de verdad misericordioso, cuando te priven de manera inicua e injusta de aquello que es tuyo, no te enojes ni dentro ni fuera de ti. No muestres a los otros lo que estás soportando; por el contrario, haz que las injurias de la injusticia que has sufrido queden devoradas por la pasión de la misericordia, como la fuerza del vino queda atemperada con la mucha agua.

Recuerda esto a propósito de Aquel que dispone cada cosa: las acciones de todos los hombres están delante de sus ojos y resplandecen ante él más que el sol; y si él quisiera, sería capaz de destruir a todos los hombres con el soplo de su boca. 

Tú, en cambio, no has sido constituido para clamar venganza en contra de las acciones y en contra de aquellos que las cometen, sino para invocar sobre el mundo la misericordia, para velar por la salvación de todo y para unirte al sufrimiento de cada hombre, de los justos y de los pecadores.

Sé amigo de todos los hombres y solitario en tu pensamiento. Únete al sufrimiento de cada uno y aléjate de cada uno con tu cuerpo. No amonestes a ninguno, no reprendas a ninguno, ni siquiera a aquellos cuya conducta es muy mala.

Extiende tu manto sobre el que cae y cúbrelo. Si no puedes tomar sobre ti mismo sus pecados y recibir en su puesto el castigo por ellos, soporta al menos que te tomen como desvergonzado para no avergonzarle a él.

Isaac de Nínive (Siglo VII)