XXII Domingo del Tiempo Ordinario

2 de septiembre de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • No añadáis nada a lo que yo os mando... observaréis los preceptos del Señor (Dt 4, 1-2.6-8)
  • Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
  • Poned en práctica la palabra (Sant 1, 16b-18. 21b-22. 27)
  • Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)
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XXI Domingo del Tiempo Ordinario

26 de agosto de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios! (Jos 24, 1-2a. 15-17. 18b)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia (Ef 5, 21-32)
  • ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 60-69)
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Quién es cristiano

El cristiano no es quien confía demasiado en la grandeza del hombre, sino quien reconoce con agradecimiento la grandeza de Dios, su generosidad y su capacidad comunicativa.

La gran riqueza del cristiano es su incorporación a Cristo, el habernos hecho un cuerpo con Él. Como miembros de la Iglesia, hemos sido vinculados a ella en una conexión corporal visible. No formamos parte de un partido o de una organización humana, sino que por el bautismo somos miembros de un cuerpo vivo y participamos todos del mismo principio vital, el amor de Dios. Nuestra riqueza es la comunión íntima con Dios: Él está en nosotros y nosotros en Él. Nos hacemos Dios, porque queremos lo que quiere Dios. Cada uno es lo que ama.

La clave para entender esta divinización operada en nosotros y proclamada solemnemente en el Prefacio III del tiempo de Navidad es, por tanto, el amor. San Ireneo de Lyon fue el primer Padre en formular de modo explícito que Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios. Posteriormente lo harían otros Padres latinos como san Agustín o san León Magno al cantar la Natividad del Señor. Por su parte, fue Clemente Alejandrino quien utilizó por primera vez el concepto de divinización del hombre. La encarnación del Hijo de Dios, por tanto, causa nuestra divinización, mientras que la resurrección es la que introduce este cambio radical en la humanidad.

XX Domingo del Tiempo Ordinario

19 de agosto de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Comed de mi pan, bebed el vino que he mezclado (Prov 9, 1-6)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Daos cuenta de lo que el Señor quiere (Ef 5, 15-20)
  • Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida (Jn 6, 51-58)
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Sobre la desnudez y el tacto

Aristóteles no se cansaba de exaltar la ‘pilosidad’ humana, distinguiéndola del pelaje de los animales: “El hombre posee pestañas en los dos párpados y pelo en las axilas así como en el pubis. Ningún otro animal posee ni uno ni otro de esos tipos de pelo, ni tampoco pestañas en el párpado inferior”, afirma en su Historia de los animales. Si el vello púbico es animal, es propio, por tanto, de ese animal que somos nosotros. Declara nuestra humanidad y, con ella, nuestra madurez sexual. En el momento en que adviene la pubertad, señala, escondiéndolo, ese lugar que en las bestias sigue estando calvo. Esa especificidad es desconcertante. Aristóteles no extrae de ella ninguna conclusión precisa, no más que la que se desprende de esta exorbitante afirmación: “Las partes inferiores del bajo vientre son como el rostro por su carácter descarnado o metido en carnes”.

El erotismo, en consecuencia, no puede explicarse mediante una dialéctica de lo humano y lo animal. Las partes pudendas son tan humanas como el resto del cuerpo. Lo que nos empuja a velarlas no es su carácter animal, sino su vehemente intimación. Son íntimas y por eso intiman. Desde el momento en que se descubren me intiman a entrar en su intimidad y, por tanto, a exponer la mía.

Si la desnudez de la mujer amada me pone fuera de mí no es, pues, porque dicha desnudez no sea espiritual, sino porque, de alguna manera lo es en demasía. No es, entonces, el deseo de poseer lo que me posee, sino el estupor de impropia desposesión: ¿Cómo consigue atraparme de una forma tan soberana, sin robo ni esfuerzo, e incluso a pesar de sí misma, con una dulzura más violenta que la violencia misma? Lo adivino: más que a cubrirla para recobrarme, me llama a una ofrenda más completa, en la que mi espíritu consienta en dejarse atrapar a su vez. Su desnudez, como una flecha, con su punta pilosa, me traspasa hasta el corazón.

XIX Domingo del Tiempo Ordinario

12 de agosto de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Con la fuerza de aquella comida, caminó hasta el monte de Dios (1 Re 19, 4-8)
  • Gustad y ved qué bueno es el Señor (Sal 33)
  • Vivid en el amor como Cristo (Ef 4, 30 - 5, 2)
  • Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo (Jn 6, 41-51)
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Antes de dormir

Señor,
concede a mis párpados un sueño ligero
para que mi voz no permanezca muda mucho tiempo.
Durante la noche, tu creación velará
y salmodiará con los ángeles.
Que mi sueño esté todo el tiempo habitado por tu presencia.
Que la noche no retenga
ninguna de las manchas del día que ha pasado;
y que las locuras de la noche
no vengan a visitar mis sueños.
¡A ti, Señor, honor, gloria y poder
por los siglos de los siglos!
Amén.












(San Gregorio Nazianceno +389)

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

5 de agosto de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Haré llover pan del cielo para vosotros (Éx 16, 2-4. 12-15)
  • El Señor les dio pan del cielo (Sal 77)
  • Revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios (Ef 4, 17. 20-24)
  • El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed (Jn 6, 24-35)
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