¿Un mundo nuevo?

(La novela se basa en la ficción de que hay una tierra donde los hombres que llegan a ella inician una vida nueva olvidando los recuerdos de su antigua vida, de su vida pasada. En esta tierra de la vida nueva, prevalece lo universal abstracto sobre lo particular individual, que es visto como un recuerdo del pasado que hay que olvidar. Un mundo así ¿es más o menos humano que el mundo anterior del que se procede? ¿Qué es más conforme con las exigencias del corazón del hombre? Ésta es la cuestión que subyace a toda la novela)

(Simón traba amistad con Elena, la madre -sin marido- de un niño que se ha convertido en el mejor amigo de Jesús, el niño que va con él y con quien se comporta como un tutor, mientras buscan a su madre. Sobre la necesidad de suprimir todos los recuerdos, afirma Simón:)

- Es cierto: no tengo recuerdos. Pero las imágenes persisten, sombras de imágenes. No sabría explicar por qué. También persiste algo más profundo que yo llamo "el recuerdo de haber tenido recuerdos".

- Estoy empezando a pensar que hay algo en mi forma de hablar que da a entender que sigo anclado en el pasado, que no he olvidado.

- Olvidar lleva su tiempo -dice Elena-. Una vez hayas olvidado de verdad, desaparecerá tu sensación de inseguridad y todo será mucho más fácil.

- Por favor, Elena, no me malinterpretes. No valoro tanto mis viejos recuerdos. Estoy de acuerdo contigo: no son más que una carga. No, lo que me resisto a dejar atrás es otra cosa, no son los recuerdos en sí mismos, sino la sensación de habitar un cuerpo con un pasado, un cuerpo empapado en su pasado. ¿Lo entiendes?

- Una vida nueva es una vida nueva -dice Elena-, no volver a vivir la antigua en un sitio distinto.

- Pero ¿de qué sirve una vida nueva -le interrumpe él-, si no nos transforma ni nos transfigura? A mí no me ha transfigurado.

(Mientras viaja en un autobús con Elena y su hijo Fidel, así como con Jesús)

Los dos niños, en el asiento de delante, están susurrando y riéndose. Él toma la mano de Elena entre las suyas. Ella no intenta soltarse. No obstante, de ese modo inescrutable en que habla el cuerpo, su mano responde. Muere como un pez fuera del agua.

- ¿Puedo preguntarle -dice- si es incapaz de sentir algo por un hombre?

- No es que no sienta nada -responde ella despacio y midiendo las palabras-. Al contrario, siento buena voluntad, mucha buena voluntad. Por usted y por su hijo. Afecto y buena voluntad.

- ¿Por buena voluntad se refiere a que nos desea lo mejor? Estoy intentando entenderlo. ¿Siente benevolencia por nosotros?

- Sí, eso es.

- Debo decirle que esa benevolencia es lo que encontramos constantemente. Todo el mundo nos desea lo mejor y está dispuesto a ayudarnos. Nos vemos transportados literalmente por una nube de buena voluntad. Pero todo es un poco abstracto. ¿Puede la buena voluntad satisfacer por sí sola todas nuestras necesidades? ¿No es parte de nuestra naturaleza anhelar algo más tangible?

Lentamente, Elena aparta la mano de la suya.

- Tal vez quiera usted algo más que buena voluntad; pero ¿es mejor eso que la buena voluntad? He ahí lo que debería preguntarse. -Hace una pausa-. (…) De la buena voluntad surge la amistad y la felicidad, las meriendas agradables en el parque o los paseos vespertinos y agradables por el bosque. Mientras que del amor, o al menos del anhelo de sus más urgentes manifestaciones, surgen la frustración, las dudas y la amargura. Así de sencillo.

Y, en cualquier caso, ¿qué es lo que pretende de Elena, una mujer a la que apenas conoce, la madre del nuevo amigo del niño? ¿Tiene la esperanza de seducirla, porque en unos recuerdos que no ha olvidado del todo los hombres y las mujeres se dedican a seducirse unos a otros? ¿Está insistiendo en la primacía de lo personal (el deseo, el amor) sobre lo universal (la buena voluntad, la benevolencia)? ¿Y por qué no deja de hacerse preguntas en lugar de vivir como todo el mundo? ¿Es parte de una transición demasiado tardía de lo viejo y cómodo (lo personal) a lo nuevo y desasosegante (lo universal)? ¿Es ese cuestionamiento solo una fase en el desarrollo de todos los recién llegados, una fase que la gente como Álvaro, Ana y Elena ya han superado con éxito? Y, en ese caso, ¿cuánto falta para que emerja convertidos en un hombre nuevo y perfeccionado? (…)

- El otro día me hablaba usted de la buena voluntad como bálsamo para todos los males -le dice a Elena-. Pero ¿no echa a veces de menos el simple contacto físico de antaño?

- A nadie que esté cuidando un hijo le falta contacto físico -replica Elena.

- Por contacto físico me refiero a algo distinto. A amar y ser amado. A dormir con alguien todas las noches. ¿No lo echa de menos?

- ¿Qué si lo echo de menos? No soy de las que sufren por los recuerdos, Simón. Lo que dice me suena muy lejano. Y si por dormir con alguien se refiere al sexo… también me parece extraño. Una cosa extraña por la que no vale la pena preocuparse.

(…)

Lo mismo les ocurre a Álvaro y los estibadores: no percibe en ellos ningún anhelo, ningún deseo de vivir una vida distinta. Sólo él es la excepción, el insatisfecho, el que no acaba de encajar. ¿Qué le ocurre? ¿Es solo -como afirma Elena- una manera de pensar y de sentir anticuada que no acaba de morir en él y está dando sus últimos coletazos?

Allí las cosas no pesan lo que deberían: eso, a fin de cuentas, es lo que le gustaría decirle a Elena. La música que oímos no tiene peso. Cuando hacemos el amor le falta peso. La comida que comemos, esa insulsa dieta a base de pan, carece de sustancia: carece de la sustancialidad de la carne animal, con toda la gravedad del derramamiento de sangre y el sacrificio que hay detrás. A nuestras propias palabras les falta peso, esas palabras en español que no parecen sinceras.

(…)

- ¿Recuerdas que el otro día me dijiste que no eres de los que sufren por los recuerdos?, le dice a Elena.

- ¿Eso dije?

- Sí. Pues bien, yo no soy así. Sufro por los recuerdos, o por la sombra de los recuerdos. Ya sé que se supone que después del viaje deberíamos estar limpios, y es cierto, no tengo un gran repertorio al que acudir. Pero las sombras perduran. Por eso sufro. Aunque no uso la palabra "sufrir". Me aferro a esas sombras.

(…)

(Hablando con Álvaro, el jefe de los estibadores del puerto en el que Simón trabaja, una vez que ya ha entregado a Jesús a la que considera su madre)

- Debe de haber sido un golpe para usted -dice Álvaro-. El muchacho es especial. Cualquiera puede darse cuenta. Y usted y él estaban muy unidos.

- Sí, lo estábamos. Pero tampoco es que no vaya a volver a verlo. Es solo que su madre cree que les será más fácil restablecer el vínculo si les dejo solos una temporada. Lo cual, como digo, no deja de ser justo.

- Claro -dice Álvaro-. Pero no tiene en cuenta los anhelos del corazón, ¿no?

"Los anhelos del corazón": ¿quién iba a pensar que Álvaro podía hablar así? Un hombre fuerte y sincero. Un compañero. ¿Por qué no abrirle su corazón a Álvaro? Pero no…

- No tengo derecho a exigir nada -se oye decir el muy hipócrita-. Además, los derechos de los niños se anteponen siempre a los de los adultos. ¿No es un principio en Derecho? Los derechos de los niños, como portadores del futuro.

Álvaro le mira escéptico.

- Nunca había oído hablar de ese derecho.

- Pues llámelo una ley natural. La sangre tira mucho. Un niño debe estar con su madre. Sobre todo un niño pequeño. Comparado con eso, mis derechos son muy vagos y artificiales.

- Usted le quiere. Y él a usted también. No tiene nada de artificial. Debería estar con usted. Le necesita.

- Es usted muy bueno por decirlo, Álvaro. Pero ¿de verdad me necesita? Tal vez sea yo quien lo necesita. Es posible que me apoye en él más que él en mí. ¿Quién sabe cómo elegimos a quien amamos? Es un gran misterio.

(…)

(Simón ha tenido un accidente laboral y está ingresado en un hospital, donde está aburrido. Por eso le pide a un amigo suyo, Eugenio, que le preste un libro. Y éste le trae el libro de texto del curso de filosofía que está siguiendo)

Como se temía Simón, el libro es sobre sillas y mesas. Lo deja a un lado.

- Lo siento, esa filosofía no me interesa.

- ¿Qué tipo de filosofía te gustaría? -pregunta Eugenio.

- La que te conmueve. La que te cambia la vida.

Eugenio le echa una mirada perpleja.

- ¿Es que le ocurre algo a tu vida? -pregunta-. Aparte de las heridas.

- Me falta algo, Eugenio. Sé que no debería ser así, pero lo es. La vida que tengo no me basta. Ojalá alguien, algún salvador, descendiera de los cielos con una varita mágica y dijese: "Mirad, leed este libro y todas vuestras preguntas encontrarán respuesta". O "Mirad, he aquí una vida nueva para vosotros". No sabes de qué te hablo, ¿verdad?

- No. La verdad es que no.




Autor: J. M. COETZEE
Título: La infancia de Jesús
Editorial: Mondadori, Barcelona, 2013