IV Domingo del Tiempo Ordinario

28 de enero de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca (Dt 18, 15-20)
  • Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón" (Sal 94)
  • La soltera se preocupa de los asuntos del Señor, de ser santa (1 Cor 7, 32-35)
  • Les enseñaba con autoridad (Mc 1, 21b-28)
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No negaría a Jesús por nada en el mundo

Soy católica.
He sobrevivido a dos años de torturas
en un campo de entrenamiento de Boko Haram.
He visto cómo han matado a mi hijo
y he sido madre de otro,
fruto de la violación de un terrorista.

Ni un solo día me he apartado del amor de Dios.
Siempre ha estado conmigo.
No pudieron separarme de mi fe,
a pesar de la violencia ejercida contra mí
por no convertirme al Islam.

La presión física y psicológica
a la que me sometieron los terroristas fue enorme.
Me obligaban a renegar de Jesús
y a recitar el Corán cinco veces al día.

Cada vez que me inclinaba de rodillas hacia La Meca,
oraba en mi interior diciendo:
“En el nombre de Jesús;
Te amo, Señor Jesús”

“No negaría a Jesús por nada en el mundo”


Rebeca, víctima de Boko Haram en Nigeria


III Domingo del Tiempo Ordinario

21 de enero de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Los ninivitas habían abandonado el mal camino (Jon 3, 1-5. 10)
  • Señor, enséñame tus caminos (Sal 24)
  • La representación de este mundo se termina (1 Cor 7, 29-31)
  • Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 14-20)
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El Templo de la Nueva Alianza


El templo de la Nueva Alianza es el cuerpo físico de Cristo, inmolado en la Cruz y entregado a nosotros en la Eucaristía

El texto capital donde se muestra que el cuerpo físico de Cristo es el verdadero y único santuario de los tiempos mesiánicos es el que nos entrega Juan en el diálogo inmediatamente posterior a la expulsión de los vendedores del Templo: "Los judíos entonces replicaron diciéndole: «¿Qué signo nos muestras para obrar así?» Jesús les respondió: «Destruid este santuario y en tres días lo levantaré.» Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se ha tardado en construir este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del santuario de su cuerpo. Cuando fue levantado, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús" (Jn 2,18-22). En este texto se afirman dos verdades decisivas: que el verdadero templo es el cuerpo de Cristo, pero que para serlo ha de pasar por una destrucción y una reedificación.

"El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá el que cree en mí, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva" (Jn 7,37-38). Estas palabras de Jesús en la fiesta de las tiendas, en Jerusalén, indican que Jesús se identificaba con la Roca de la que Moisés había hecho brotar el agua, y también con el templo de Ezequiel, de Zacarías y de Joel, de cuyo costado debía brotar un manantial. "Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David, y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia" (Zac 13,1). Y cuando del costado de Cristo muerto en la cruz y atravesado por la lanza del soldado broten "sangre y agua" se verá que Él es el verdadero y definitivo Templo anunciado por los profetas.

Él es el verdadero santuario, mas no llega a serlo sino pasando por un "bautismo" (= inmersión y resurgimiento: Mt 10,38; Lc 12,50), por una muerte y una resurrección, ideas en cuya comprensión no entraron los apóstoles sino después de la experiencia pascual, pese a que Jesús había aludido con frecuencia a ellas. Anunciar que su cuerpo no llegaría a ser ese santuario sino pasando por una condena a muerte y una exaltación, equivale, asimismo, a hacernos saber que el único santuario verdadero es el cuerpo inmolado de Cristo.

II Domingo del Tiempo Ordinario

14 de enero de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Habla, Señor, que tu siervo escucha (1 Sam 3, 3b-10. 19)
  • Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad (Sal 39)
  • ¡Vuestros cuerpos son miembros de Cristo! (1 Cor 6, 13c-15a. 17-20)
  • Vieron dónde vivía y se quedaron con él (Jn 1, 35-42)
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Plegaria a Cristo

¡Mira, oh Cristo, mi angustia,
mira mi cobardía,
mira mi falta de fuerza,
mira también mi pobreza,
mira mi debilidad,
y ten piedad de mí, oh Verbo de Dios!

Resplandece sobre mí ahora,
como lo hiciste en el pasado,
e ilumina mi alma,
ilumina mis ojos para verte,
a Ti, luz del mundo,
a Ti, alegría, felicidad y vida eterna,
a Ti, que eres el Reino de los cielos.

¿Por qué ocultas tu rostro?
Tú sabes que yo te amo
y que te busco con toda mi alma.
¡Revélate, según tu palabra,
y manifiéstate a mí!
¡Ábreme de par en par
la sala del banquete de bodas, Dios mío;
no me cierres la puerta de tu luz,
oh Cristo, mi Señor y mi Dios!

San Simeón el Nuevo Teólogo (+1022)

Bautismo del Señor

7 de enero de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • Mirad a mi siervo, en quien me complazco (Is 42, 1-4. 6-7)
  • El Señor bendice a su pueblo con la paz (Sal 28)
  • Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo (Hch 10, 34-38)
  • Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco (Mc 1, 7-11)
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Epifanía del Señor

6 de enero de 2018
(Ciclo B - Año par)






  • La gloria del Señor amanece sobre ti (Is 60, 1-6)
  • Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra (Sal 71)
  • Ahora ha sido revelado que los gentiles son coherederos de la promesa (Ef 3, 2-3a. 5-6)
  • Venimos a adorar al Rey (Mt 2, 1-12)
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La belleza traicionada

El hombre que no se asombra ya no es hombre. Pero para asombrarse, el hombre necesita de una belleza delante de sí, de una belleza que no produce él, que no posee, es decir, una belleza donada. El verdadero misterio de la belleza que identifica el hombre desde el origen es su gratuidad. El hombre está hecho para percibir y acoger la belleza como don, para reflejar y por tanto manifestar la belleza como gratuidad dada, como gratuidad de Otro.

El relato del Génesis no ha olvidado esto cuando describe la dinámica del pecado. Hasta ese momento toda la creación llenaba de asombro a Adán y a Eva. Incluso entre ellos, sobre todo entre ellos, no se miraban con concupiscencia, es decir, con deseo de poseer y de construir la belleza del otro, sino con asombro, es decir, poseyéndose mutuamente como belleza donada, como don de Otro. La posesión entre ellos no agotaba el asombro, y por tanto el goce, porque no agotaba la naturaleza de don que tiene toda criatura, la belleza inagotable de lo que es dado por Otro.

La primera rendición de Eva a la tentación, y quizá el verdadero pecado original, no fue tanto consumir el fruto prohibido, sino la mirada en la que el asombro original se corrompió reduciéndose a concupiscencia, y la belleza que había donado el Misterio se desnaturalizó convirtiéndose en belleza juzgada y calculada por el hombre: “Entonces la mujer se dio cuenta de que el árbol era bueno de comer, atrayente a los ojos y deseable para lograr inteligencia; así que tomó de su fruto y comió. Luego se lo dio a su marido, que también comió. Se les abrieron los ojos a los dos y descubrieron que estaban desnudos; y entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron” (Gn 3,6-7).

La mirada de los primeros padres que reducía la belleza del fruto prohibido a una valoración calculada por ellos mismos y no por el Dios infinito que lo creaba y lo donaba, esta mirada concupiscente, carente ya de asombro, hirió toda la belleza de la creación. La hirió allí donde toda belleza tiene sentido y se cumple, es decir, en el corazón del hombre hecho para asombrarse de todo aquello que es donado por Dios. Porque incluso el fruto prohibido había sido donado, y la prohibición de comer no quitaba nada a su belleza donada al hombre, es más, la exaltaba, acentuaba su misterio. Creaba un espacio de deseo más grande, una duración sin medida del asombro, una educación, un entrenamiento para hacer el asombro más intenso.

¿En qué se convierte el asombro cuando es traicionado, cuando la concupiscencia posesiva lo hiere? ¿Qué reemplaza al asombro en el corazón humano cuando la avidez lo aplasta y lo destruye?

En el relato del Génesis, el primer sentimiento que aflora en el corazón del hombre pecador después de la traición del asombro es el miedo. «Cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, Adán y su mujer se escondieron de la vista del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: “¿Dónde estás?”. Él contestó: “Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo y me escondí”» (Gn 3,8-10).

No dice: “me dio vergüenza porque estaba desnudo”, sino “me dio miedo”. La realidad, que antes era solo bella y buena, que antes te hacía contener la respiración por el asombro como a los niños, ahora quita el aliento y agita el corazón que antes ensanchaba de alegría. Ahora la realidad da miedo, es enemiga. Ya no es misterio: es incógnita. Ya no es cielo abierto lleno de estrellas, o de sol, sino “selva oscura”, como diría Dante, de la que solo se espera peligro, amenaza y muerte. La belleza ha sido traicionada y en vez del asombro tenemos el miedo.