Todos los Santos


1 de noviembre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (Ap 7, 2-4. 9-14)
  • Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor (Sal 23)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-3)
  • Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 1-12a)
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XXXI Domingo del Tiempo Ordinario


30 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Te compadeces, Señor, de todos, porque amas a todos los seres (Sab 11, 22-12, 2)
  • Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey (Sal 144)
  • Que Cristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él (2 Tes 1, 11-2, 2)
  • El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 1-10)
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Enterrar a los muertos


La dignidad del cuerpo de todo hombre radica en el hecho de que el cuerpo es el campo expresivo de la persona que cada hombre es, el instrumento de la presencia personal del hombre. El cuerpo del hombre nunca ha sido un “pedazo de carne”, sino que siempre ha sido “la carne de una persona”, la “visibilidad del alma, pues la realidad del cuerpo es el alma” (Schneider, citado por Ratzinger), el lugar en el mundo donde hemos podido encontrar, visualizar, escuchar, tocar, ese misterio insondable que es cada hombre. Por eso la materia que queda después de la muerte –el cadáver- no debe ser tratada como un trozo de materia más, sino que se la distingue con la sepultura, que es el último reconocimiento, en el tiempo y en el mundo, de la unicidad y singularidad de cada persona, del misterio personal que cada persona es.

“Enterrar a los muertos” es una obra de misericordia porque nace de la conmoción (rajamim) por el misterio de cada persona, a la que le otorga un último reconocimiento por el que se proclama su unicidad irrepetible, el hecho de que lo que ahí depositamos nunca fue solamente un fragmento del mundo (aunque estuviera sometido a las leyes de la naturaleza, que finalmente lo han conducido a la muerte), sino que perteneció a un ser personal, es decir, a alguien que, estando en el mundo, “no es del mundo”, porque con su apertura a la Verdad, al Bien y a la Belleza, transcendió siempre el mundo en el que estaba. Ese último reconocimiento consiste en enterrarle y en escribir su nombre sobre la tumba.

XXX Domingo del Tiempo Ordinario


23 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Los gritos del pobre atraviesan las nubes (Eclo 35, 12-14. 16-18)
  • Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha (Sal 33)
  • Ahora me aguarda la corona merecida (2 Tim 4, 6-8. 16-18)
  • El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no (Lc 18, 9-14)
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Danos hoy nuestro pan de cada día


LA DIFICULTAD ACTUAL DE HACER ESTA PETICIÓN

Quizá sea ésta la petición del padrenuestro más difícil de hacer para nosotros. Porque esta petición nos enseña que nuestra vida ha de estar construida en la súplica, en la concesión y en la acción de gracias; y eso no es fácil de entender para nosotros, los hombres actuales, que somos hijos de la modernidad. 

La imagen del mundo de la Sagrada Escritura, desde la que habla Jesús, ve el mundo, sencillamente, en la mano de Dios. No sabe nada de leyes naturales, sino que lo que ocurre procede directamente de la iniciativa divina. Cuando llueve, es él quien bendice los campos. Cuando los animales reciben su alimento, es él quien se lo da. Si a un hombre le ocurre algo dificultoso, es una prueba del Señor del mundo. Si le va bien, es que él lo ha dispuesto así.

Pero luego el mundo se distanció de ese modo inmediato de comprenderse a sí mismo. Se formó el concepto de ley natural, el mundo se volvió un conjunto de cadenas de causalidad que se desarrollaban por sí. Ahora se había vuelto mucho más difícil decir que Dios daba lo que, según la continua experiencia, provenía de las relaciones del mundo. El mundo fue declarado “autárquico”, suficiente para sí, y el hombre, “autónomo”, señor de sí mismo y del mundo.

Con eso la petición perdió su obviedad. En lugar de la petición humana y de la concesión divina, apareció el concepto moderno de trabajo, cuyo esfuerzo produce su resultado en una proporción calculable en cada caso. Ahora ya no parecía quedar lugar para la súplica. Y con esto desapareció algo más: la gratitud. Entonces la vida se tornó dura, íntimamente dura, como no puede menos de ser cuando se trata de derecho y de cálculo. Y penetró en ella una profunda falsedad, porque al subrayar el aspecto de esfuerzo, de planificación y éxito, se olvidó que la condición inicial de la vida incipiente -como se ve en la vida del niño- es la de un cuidado y una donación que se recibe gratuitamente y que realizan sus padres. Antes de que trabajemos hemos recibido el poder absoluto de trabajar y de lograr algo, que se nos ha dado por gracia. El intento de los totalitarismos de fundar la moralidad humana en el trabajo como fuente de nuestra existencia (Arbeit macht frei) es falso, tan falso como el concepto de éxito como única medida del valor humano. En realidad lo que sostiene la existencia es, en lo más hondo, donación y agradecimiento.


EL SENTIDO DE ESTA PETICIÓN

El que le pidamos a Dios nuestro pan, no significa que renunciemos al trabajo y que pretendamos que Dios nos envía directamente desde el cielo el alimento. «”Ora et labora” (cf. San Benito, reg. 20; 48). “Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros”» (CEC 2834).

El que el Señor nos haya mandado pedir “el pan”, nos recuerda nuestra condición creatural, esta “pasividad radical” por la que “hemos recibido” el ser (no nos lo hemos dado). Eso significa que nuestro ser es un don, es una gracia, y que tenemos una fragilidad que nos constituye: del mismo modo que no nos hemos dado el ser a nosotros mismos, tampoco podemos asegurarnos nosotros solos “el pan” que necesitamos para mantenerlo, para seguir siendo. 


XXIX Domingo del Tiempo Ordinario


16 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel (Éx 17, 8-13)
  • El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra (Sal 120)
  • El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena (2 Tim 3, 14-4,2)
  • Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan (Lc 18, 1-8)
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Beata Isabel de la Trinidad

¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi Inmutable, sino que cada momento me sumerja más íntimamente en la profundidad de tu misterio.

Pacifica mi alma; haz de ella tu cielo, tu morada predilecta, el lugar de tu descanso. Que nunca te deje allí solo sino que permanezca totalmente contigo, vigilante en mi fe, en completa adoración y en entrega absoluta a tu acción creadora.

¡Oh mi Cristo amado, crucificado por amor! Quisiera ser una esposa para tu corazón; quisiera cubrirte de gloria; quisiera amarte… hasta morir de amor. Pero reconozco mi impotencia. Por eso te pido ser “revestida de Ti mismo”, identificar mi alma con todos los sentimientos de tu alma, sumergirme en Ti, ser invadida por Ti, ser sustituida por Ti para que mi vida sea solamente una irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote; quiero ser un alma atenta siempre a tus enseñanzas para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero mantener mi mirada fija en Ti y permanecer bajo tu luz infinita.

¡Oh mi Astro querido! Fascíname de tal modo que ya no pueda salir de tu irradiación divina.

¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor! Ven a mí para que se realice en mi alma como una encarnación del Verbo. Quiero ser para Él una humanidad suplementaria donde renueve todo su misterio.

Y Tú, oh Padre, protege a tu pobre criatura, “cúbrela con tu sombra”, contempla solamente en ella al “Amado en quien has puesto todas tus complacencias”.

¡Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Me entrego a Vosotros como víctima. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vosotros hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

Beata Isabel de la Trinidad

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XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario


9 de octubre de 2016
(Ciclo C - Año Par)






  • Volvió Naamán al profeta y alabó al Señor (2 Re 5, 14-17)
  • El Señor revela a las naciones su salvación (Sal 97)
  • Si perseveramos, reinaremos con Cristo (2 Tim 2, 8-13)
  • ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? (Lc 17, 11-19)
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La felicidad

(El contexto de este diálogo es el siguiente: en la Francia ocupada y derrotada por el ejército alemán, durante la segunda guerra mundial, un teniente está “alojado” en una de las mejores casas del pueblo: la de la familia Angellier. En ella habitan la viuda Sra. Angellier, madre de un hijo que ha sido hecho prisionero por los alemanes, y la esposa de éste, Lucile, que se casó con él siguiendo el consejo de su padre que creía que ese hombre sería un buen marido para ella. Él, sin embargo, le es infiel con una modista de Dijon, cosa que ella no ignora. La autora se complace en hacer ver los sentimientos contradictorios que una presencia estable de los soldados alemanes suscita en la población, que ve en ellos a unos chicos jóvenes, muchos de ellos cultos y muy educados, y al mismo tiempo a aquellos que los han separado de sus maridos y de sus hijos, muertos en las batallas o hechos prisioneros y trasladados a Alemania. El diálogo transcurre un día en el que la suegra de Lucile está ausente; la casa está vacía y una terrible tormenta se abate sobre el lugar).

El teniente se sentó al piano. La estufa crepitaba suavemente, difundiendo un agradable calorcillo y un grato olor a humo y castañas asadas. Las gotas de lluvia resbalaban por los cristales como gruesas lágrimas. La casa estaba silenciosa y vacía, pues la cocinera había ido a vísperas.

Lucile reconocía algunos fragmentos.

- Es Bach, ¿verdad? ¿Mozart? –preguntó tímidamente.

- ¿Toca usted también?

- ¡No, no! Antes de casarme tocaba un poco, pero ya se me ha olvidado. No obstante, me gusta la música. ¡Tiene usted mucho talento, teniente!

Él la miró muy serio.

- Sí, creo que tengo talento –murmuró con una tristeza que la sorprendió, y arrancó al teclado una serie de rápidos y juguetones arpegios-. Ahora escuche esto –dijo, y sin dejar de tocar, siguió hablando en voz baja-: Esto es el tiempo de la paz, la risa de las chicas, los alegres sonidos de la primavera, el vuelo de las primeras golondrinas que regresan del sur… Estamos en un pueblo de Alemania, en marzo, cuando la nieve apenas ha empezado a fundirse. Éste es el ruido que hace la nieve cayendo en las viejas calles del pueblo. Y ahora la paz ha acabado… Los tambores, los camiones, el paso de los soldados… ¿Los oye? ¿Los oye? Esas pisadas lentas, sordas, inexorables… Un pueblo en marcha… El soldado está perdido entre los demás… Aquí entrará un coro, una especie de cántico religioso, que todavía no está terminado. ¡Ahora escuche! Es la batalla…

La música era grave, profunda, terrible…

- ¡Oh, qué hermoso! –murmuró Lucile, arrobada-. ¡Qué hermoso!

- El soldado muere, pero antes de morir oye de nuevo ese coro, que ya no viene de este mundo, sino de la milicia de los ángeles… Algo así, escuche… Tiene que ser suave y vibrante a la vez. ¿Oye usted las trompetas celestiales? ¿Oye el clamor de esos metales que derriban las murallas? Pero todo se aleja, se debilita, cesa, desaparece… El soldado ha muerto.

Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz



El 25 de noviembre de 2003,  pudimos acoger en nuestra parroquia las reliquias de Santa Teresita que estaban peregrinando por España. 

 

Ahora tenemos la alegría de que la escultura de Teresita, hecha por Arturo Serra, forme parte de nuestra parroquia que quiere tanto a esta santa. La imagen ha sido bendecida por el párroco D. Fernando Colomer Ferrándiz.

Parroquia San León Magno (Murcia)
1 de octubre de 2016