Todos los Santos


1 de noviembre de 2015
(Ciclo B - Año Impar)






  • Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (Ap 7, 2-4. 9-14)
  • Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor (Sal 23)
  • Veremos a Dios tal cual es (1 Jn 3, 1-3)
  • Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo (Mt 5, 1-12a)
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"En todas las cosas haced Eucaristía"

Catequesis parroquial nº 129
(Meditación para el Tiempo Ordinario)

Autor: D. Fernando Colomer Ferrándiz
Fecha: 21 de octubre de 2015

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Despedida desde el gueto

(Reproducimos algunos fragmentos de la larga carta que una madre judía, oftalmóloga de profesión, escribe a su único hijo, que es un prestigioso físico, investigador de las partículas subatómicas, desde el gueto donde ha sido encerrada junto con otros muchos judíos. Ella es perfectamente consciente de que todos ellos van a ser exterminados y de que ésta es su última conversación con su único hijo, aprovechando la mediación de un amigo que está fuera del gueto y que le hará llegar la carta. En ella le habla de cómo es la vida en el gueto, de ese misterio llamado esperanza, de sus reflexiones sobre todo lo que está ocurriendo y de su amor de madre)

Visito a los enfermos en sus casas. Decenas de personas, ancianos prácticamente ciegos, niños de pecho, mujeres embarazadas, todos viven apretujados en un cuartucho diminuto. Estoy acostumbrada a buscar en los ojos de la gente los síntomas de las enfermedades, los glaucomas, las cataratas. Pero ahora ya no puedo mirar así en los ojos de la gente, en sus ojos sólo veo el reflejo del alma. ¡Un alma buena, Vítenka! Un alma buena y triste, mordaz y sentenciada, vencida por la violencia pero, al mismo tiempo, triunfante sobre la violencia. ¡Un alma fuerte, Vitia! Si pudieras ver con qué consideración me preguntan sobre ti las personas ancianas. Con qué afecto me consuelan personas ante las que no me he lamentado de nada, personas cuya situación es peor que la mía.

A veces me parece que no soy yo la que está visitando a un enfermo, sino al contrario, que las personas son amables doctores que curan mi alma. Y de qué manera tan conmovedora me ofrecen por mis cuidados un trozo de pan, una cebolla, un puñado de judías.

Créeme, Vítenka, no son los honorarios por una consulta. Se me saltan las lágrimas cuando un viejo obrero me estrecha la mano, mete en una pequeña bolsa dos o tres patatas y me dice: “Vamos, doctora, vamos, se lo ruego”. Hay en esto algo puro, paternal, bueno; pero no puedo transmitírtelo con palabras.

¿Qué puedo decirte de los seres humanos, Vitia? Me sorprenden tanto por sus buenas cualidades como por las malas. Son extraordinariamente diferentes, aunque todos conocen un idéntico destino. Imagínate a un grupo de gente bajo un temporal: la mayoría se afanará por guarecerse de la lluvia, pero eso no significa que todos sean iguales. Incluso en esa tesitura cada cual se protege de la lluvia a su manera…

A propósito de la ancianidad

«Después del mediodía,
la luz se torna preciosa.
Empieza en las sombras el nacimiento de las estrellas.
La gran quietud.
Estás solo.
No abandonado».

Gotthard de Beauclair

XXX Domingo del Tiempo Ordinario


25 de octubre de 2015
(Ciclo B - Año Impar)






  • Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos (Jer 31, 7-9)
  • El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres (Sal 125)
  • Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec (Heb 5, 1-6)
  • Maestro, haz que pueda ver (Mc 10, 46-52)
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San Ignacio de Antioquía

San Ignacio de Antioquía
(35-107)

Nació el año 35 de nuestra era en Antioquía, la ciudad de Siria proconsular donde los discípulos de Cristo fueron llamados por primera vez “cristianos”. Fue contemporáneo de los apóstoles y, según cuenta san Juan Crisóstomo, trató personalmente con san Pedro y san Pablo. Hacia el año 70 fue constituido obispo de Antioquia, el tercer obispo después de san pedro y san Evodio. El año 107 fue delatado como cristiano al gobernador de Siria y, junto con otros dos clérigos suyos, Zoísmo y Rufo, fue condenado a morir en el circo. Al parecer cuando se le comunicó la noticia dio gracias a Dios, tal como hicieron también santa Felicidad y san Ciptriano.

El viaje desde Antioquia hasta Roma lo hizo cargado de cadenas y vigilado por un pelotón de diez soldados que le hicieron sufrir mucho con sus malos y groseros tratos y que “se hacían peores cuanto más les favorecía”. También tuvo sus consuelos, ya que en Esmirna, donde se detuvieron bastante tiempo, fue acogido por san Policarpo, obispo d ela ciudad, quien salió a su encuentro con todos los cristianos, quienes besaban sus cadenas. Además las iglesias de Éfeso, Magnesia y Tralles enviaron a Esmirna delegados suyos para venerarlo. Ignacio aprovechó su estancia en Esmirna para escribir tres de sus cartas (precisamente a estas tres iglesias).

También desde allí escribió a los cristianos de Roma pidiéndoles que no buscaran recomendaciones o influencias para librarlo de la muerte: “Yo os lo suplico: no busquéis para conmigo una benevolencia importuna. Permitidme ser pasto de las fieras, pro las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo” (…) “Mi amor está crucificado y no queda ya en mí fuego que busque alimentarme de materia, sí, en cambio, un agua viva que murmura dentro de mí y desde lo íntimo está diciendo: ‘ven al Padre’” (…) “No siento placer por la comida corruptible ni me atraen los deleites de eta vida. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, del linaje de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible”. 

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario


18 de octubre de 2015
(Ciclo B - Año Impar)






  • Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años (Is 53, 10-11)
  • Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti (Sal 32)
  • Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia (Heb 4, 14-16)
  • El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos (Mc 10, 35-45)
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La oración del fuego, al Corazón de Jesús

¡Oh fuego divino,
oh llamas completamente puras
del Corazón de mi único amor, Jesús,
quemadme sin piedad,
consumidme sin resistencia!

¡Oh amor del cielo y de la tierra, venid,
venid por completo a mi corazón
para reducirme a cenizas!

¡Oh fuego devorador de la Divinidad, venid,
venid sobre mí para fundirme!
Haced que yo arda y me consuma
en medio de vuestras llamas más vivas
que hacen vivir a todos los que en ellas mueren.

¡Que así sea!


Santa Margarita María Alacoque

Santa Margarita María Alacoque

Santa Margarita María Alacoque
(1647-1690)

Margarita nació en Vérosvres, a una treintena de kilómetros de Paray-le-Monial, el 22 de julio de 1647, día de la fiesta de Santa Magdalena. A la edad de cinco años, durante una estancia en casa de su madrina, que tenía una hija religiosa en Paray-le-Monial, hizo la primera ofrenda de su vida a Dios: “Oh Dios mío, yo os consagro mi pureza y hago coto de castidad perpetua”. Esta primera ofrenda marca el inicio de su formidable historia de amor hacia el Señor.

A los ocho años de edad murió su padre y su educación fue confiada a las clarisas de Charolles, donde hizo su primera comunión al año siguiente. Comenzó entonces una extraordinaria vida eucarística: Margarita pasaba largos ratos de oración delante del sagrario. Dos años más tarde se apoderó de ella una misteriosa enfermedad que la obligó a abandonar el convento de las clarisas. De esta enfermedad fue curada milagrosamente después de consagrarse a la Santísima Virgen María. En agradecimiento a Ella, cuando recibió la confirmación, añadió a su propio nombre el de María. A partir de entonces se la conocerá como Margarita María.

La juventud de Margarita María estuvo muy marcada por las pruebas. Tras la muerte de su padre, se sucedieron tres mujeres en el gobierno de su casa, que llegaron incluso a despojar a la madre de toda autoridad. La madre estaba a menudo enferma y tan solo Margarita María se ocupaba de ella. Cuando se sentía agobiada se arrojaba a los pies de Jesús en el sacramento de la eucaristía. El Señor la instruyó en la oración y sembró en ella el deseo de la vida religiosa. Pero el deber filial hacia su madre le impedía entrar en un convento. Mientras tanto, además de cuidar de su madre, ayudaba a los pobres y reunía a los niños en su casa para enseñarles el catecismo. 

La presencia de Dios

«Esta sola cosa es para mí tan clara y perceptible como extraña: el mundo está lleno de Dios. Él sale a nuestro encuentro manando, por decirlo así, de todos los poros de las cosas. Pero con frecuencia estamos ciegos. Quedamos enganchados en las horas buenas y en las malas y no las vivimos totalmente hasta el hontanar en que brotan de Dios. Esto se puede decir de todo lo hermoso y también de lo deplorable. En todo quiere Dios celebrar un encuentro, y pide y desea la respuesta de la adoración y la entrega».

Palabras escritas, con las manos atadas, por el jesuita Alfred Delp, 
el 17 de noviembre de 1944, en la prisión de Berlín-Tegel

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario


11 de octubre de 2015
(Ciclo B - Año Impar)






  • En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza (Sab 7, 7-11)
  • Sácianos de tu misericordia, Señor. Y toda nuestra vida será alegría (Sal 89)
  • La Palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón (Heb 4, 12-13)
  • Vende lo que tienes y sígueme (Mc 10, 17-30)
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Los santos ángeles custodios


EL UNIVERSO ANGÉLICO: UN UNIVERSO JERARQUIZADO

Lo propio específico del universo espiritual consiste en que es una creación puramente cualitativa, mientras que en nuestro universo material la creación es fundamentalmente cuantitativa y secundariamente cualitativa. En la visión que tiene la Escritura y la Tradición, el orden cualitativo de nuestro universo -siempre difícil de separar de la cantidad- está vinculado a un registro superior de la creación, el mundo de los ángeles, en el cual lo cualitativo domina plenamente. Además, este mundo de los ángeles no es un mundo, sino unos mundos. Por eso la noción de ángel implica la de jerarquía: cada criatura espiritual aparece como un universo de cualidades que resume en un único ejemplar unas perfecciones que, en nuestro mundo material, están repartidas entre una multitud de criaturas individuales. Nuestro mundo, en efecto, es el mundo de lo cuantitativo, mientras que el mundo angélico, al contrario, es un mundo en el que la cualidad formal subsiste como tal. Pues el ángel es único en su género; resume en sí mismo y él solo una participación en la perfección divina.

Es necesario hablar de los Querubines cuyo nombre evoca la idea de ala y por lo tanto de movimiento y de omnipresencia: por los Querubines Dios cubre toda la extensión del espacio. Los Querubines -sobre los que “Dios se sienta” (Ex 25,18)- no aparecen como una sede inerte sino como unas ruedas aladas porque Dios no se sienta de una manera estática sino que su transcendencia es como un torbellino de movimiento (Ez 1,10; 10, 1ss). El cielo no es una inmutabilidad estática e impersonal (como fácilmente se imagina el hombre) sino que es “el lugar de las iniciativas de amor” (J. Maritain), un lugar de movimiento, de danza, de canto, no un dormitorio. 

Los Querubines están cerca de la gloria de Dios y la guardan; con sus alas se cubren el rostro y velan la presencia de la gloria divina, pues no se puede ver a Dios sin morir. Parece que los Querubines son los “ángeles de la Faz”, los que están con Dios en una relación de gran inmediatez y que conocen por lo tanto su gloria con mayor pureza. Velan su rostro con las alas porque son esencialmente seres de adoración.

Los Serafines son los “ardientes” (cf. Is 6,1-7), los que llevan el fuego del amor y de la purificación hacia los hombres. Aunque son ellos quienes cantan el triple Sanctus están, sin embargo, menos inmediatamente vueltos hacia la gloria de Dios que los Querubines y su misión estaría más directamente relacionado con la comunicación con el hombre: los labios de Isaías son purificados por un serafín. 

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario


4 de octubre de 2015
(Ciclo B - Año Impar)






  • Y serán los dos una sola carne (Gén 2, 18-24)
  • Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida (Sal 127)
  • El santificador y los santificados proceden todos del mismo (Heb 2, 9-11)
  • Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mc 10, 2-16)
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Acto de ofrenda al Amor Misericordioso de Dios

¡Oh Dios mío, Trinidad santa! Ya que me has amado hasta darme a tu Hijo único para que fuese mi Salvador y mi Esposo, te suplico que no me mires sino a través de la faz de Jesús y de su Corazón abrasado de amor.

En la tarde de esta vida, compareceré delante de Ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo. No quiero otro trono ni otra corona que Tú mismo, Amado mío.

A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como víctima de holocausto a tu Amor misericordioso, y te suplico que me consumas sin cesar, haciendo que se desborden sobre mi alma las olas de ternura infinita que se encierran en Ti, y que de esa manera llegue yo a ser mártir de tu amor, Dios mío.

Que este martirio, después de haberme preparado para comparecer delante de Ti, me haga por fin morir, y que mi alma se alce sin demora al eterno abrazo de tu Amor misericordioso.

Quiero, Amado mío, renovarte esta ofrenda con cada latido de mi corazón y un número infinito de veces, hasta que las sombras se desvanezcan y pueda yo decirte mi amor en un cara a cara eterno. Amén.

Santa Teresita del Niño Jesús