A medida que nos adentramos en la historia de los nazis y de aquellos a quienes persiguieron, aprendemos, asimismo, no pocas cosas de la condición humana. Y casi todo lo que nos encontramos es negativo. Comprobamos que, en este caso, el sufrimiento casi nunca es redentor. Pese a que, en muy raras ocasiones, topamos con personas extraordinarias que actuaron con evidente bondad, ésta es, en su mayor parte, una historia de degradación. Se hace difícil no coincidir con la opinión de Else Baker, enviada a Auschwitz a los ocho años de edad, para quien “el grado de depravación humana” alcanzado en el recinto fue “insondable”. Con todo, si existe un rayo de esperanza, está en el poder de la familia como fuerza sustentadora. Con frecuencia se dan en esta historia actos heroicos, por parte de quienes eran confinados en los campos de concentración, por el bien de un progenitor, un hermano, un hijo.
Con todo, lo que Auschwitz y la “solución final” demuestran por encima de todo es, quizás, el influjo fundamental que puede ejercer una situación sobre el comportamiento humano. Esta teoría ha sido confirmada por uno de los supervivientes más fuertes y animosos de los campos de la muerte: Toivi Blatt, quien, obligado por los nazis a trabajar en Sobibór, arriesgó la vida con intención de fugarse. “La gente -recuerda- me preguntaba: ‘¿Qué has aprendido?’, y lo cierto es que yo sólo estoy seguro de una cosa: nadie se conoce a sí mismo. La misma persona educada a la que encontramos en la vía pública y que, al preguntarle dónde está la calle Tal, recorre media manzana para mostrárnoslo con ademán atento y afable, puede convertirse, en circunstancias diferentes, en el peor de los sádicos. Nadie puede decir que se conozca a sí mismo. Todos podemos ser buenos o malos en distintas situaciones. A veces, cuando alguien se conduce conmigo de un modo amable, me sorprendo pensando: ‘¿Cómo sería en Sobibór?’”